martes, 12 de enero de 2010

25 - TENDERLOIN.




La imagen del Santo Niño de Atocha es lo primero que se aparece entre los somnolientos ojos de Manolita y los visillos de la habitación del hotel Fairmont que se mueven suavemente con la brisa que entra a través de la leve apertura de la ventana. Considera que la calefacción está demasiado alta y un poco de aire fresco le ayuda a dormir. De hecho —mira el reloj— hoy se está despertando a una hora más normal: las seis y media.
Arrebujada en la tibia aunque delgada manta que cubre la cama no deja que se le escape la imagen del cuadro que ya conoce en sus más pequeños e íntimos detalles. Hace una lista mental de todo aquello que necesita para trabajar en el lienzo pero su pensamiento vaga entre las sombras de las personas y las cosas que se deslizan por la habitación mostrándole todas las imágenes del día anterior, Lupe, su padre, apuesto e interesante, el trajín de los empleados en la nave industrial, las dependencias del señor Huertas, su interés por el arte, las calles de San Francisco que sólo ha visto fugazmente la mayor parte del tiempo desde el coche de Lupe…es curioso, piensa, ha dormido profundamente y sin haber soñado, o al menos no recuerda haber soñado. Se recuesta sobre la almohada y sonríe diciendo en un susurro:
—¡Buenos días querida duquesa! ¿Dónde estuvo anoche? La he echado de menos…pero le agradezco que me haya dejado descansar…
Descuelga el teléfono y marca el servicio de habitaciones:
—Yes! Coffee, please, and milk…cream…sure, no…no food, thank you!
De nuevo sale junto a Lupe a la acera de la calle respirando el suave y fresco aire de la bahía que hoy resplandece bajo un cielo azul, sin niebla ni nubes, la brisa mueve las banderas del hotel y las que ondean en casi todos los edificios de los alrededores. A Manolita le sorprende con cierta envidia el orgullo que muestran los estadounidenses por su bandera.
Lupe ha llegado puntual a las nueve de la mañana, ha propuesto bajar andando hasta el centro para ir a encargar los materiales de pintura a una tienda especializada que ofrece sus servicios sobre el mundo del arte en el callejón de Maiden Lane, entre las calles Stockton y Kearny.
Manolita se ha puesto unos vaqueros, un jersey fino de manga corta a petición de Lupe que piensa que no va a hacer nada de calor y una chaqueta deportiva. Antes de salir y compartiendo una taza de café con Lupe, llama a Gonzalo que según dice está admirando la belleza de un monasterio cercano a Santiago de Compostela donde ha ido a visitar a un antiguo amigo.
—Quién sabe Manolita, el día menos pensado me vengo aquí a vivir con los monjes— bromea—.
—Lo dudo mucho, no te veo prescindiendo de tus vinitos, tu música y sobre todo el control de tu tiempo para hacer lo que te venga en gana…
—Sí, tienes mucha razón pero de todas formas estos lugares me atraen aunque posiblemente no aguantaría la vida entre cuatro paredes…
Durante un buen rato le informa del modo en que van perfilándose las cosas sobre la restauración del cuadro, lo que de momento conoce sobre la empresa Huertas Produce y las conversaciones con Rosalino Sánchez y su hija Guadalupe que le ayuda y acompaña desde que llegó al aeropuerto de San Francisco. Gonzalo deja claro que no se apresure y esté todo el tiempo que sea necesario usando la tarjeta de la empresa a su discreción. Y que le mande fotos por el portátil y toda la información que considere oportuna para llegar a un acuerdo económico adecuado sobre la restauración de la obra.
—¿Es bueno tu jefe?
—¿Gonzalo? Ya lo creo, es una excelente persona, tengo mucha suerte de trabajar con él, el negocio de la restauración va bien y aunque podría ampliarlo y convertirlo en una empresa internacional prefiere mantenerlo dentro de unos límites casi de familia, disfrutar del trabajo y que los que participamos en su pequeña empresa también lo hagamos, quiero decir que en su mente no está el expandirse  sino en ser feliz con lo que hace; no se fija límites de tiempo, no atosiga, deja que las cosas se hagan con tranquilidad, no quiere que nadie le planifique la empresa usando todas esas técnicas actuales de sacar el máximo provecho y que casi siempre enfrenta al jefe con los empleados y a los empleados con los empleados.
—¿Y tú compartes eso?
—Sí…y creo que también el resto de los compañeros de trabajo.
—Bueno, esa es una filosofía que aquí no tiene mucho éxito, en general los americanos lo que quieren es ganar mucho dinero, cuanto más mejor, y retirarse a los cincuenta años si es posible.
—¿Eso piensas tú también?
—En cierto modo sí, pero claro, no es lo mismo trabajar en una compañía de distribución de productos que en algo artístico como la restauración de obras de arte que requiere, me parece a mi, una dedicación más intelectual y vocacional.
—Gonzalo es ya mayor y no quiere cambiar, a mi eso no me parece mal, aprendo mucho con él, me paga bien y sobre todo tengo mucha libertad en todos los sentidos, en realidad es como un segundo padre para mi...
Bajan andando despacio por Jones, la cuesta es muy pronunciada, la calle continúa como un largo tobogán hasta perderse en la neblina azulada que flota en torno al nuevo edificio federal que rompe con su fea estética, diseñada por la firma Morphosis que juxtapone paredes inacabables de hormigón  con techos de madera, un horizonte que antes se abría hacia el sur en un oleaje de ondulantes colinas llenas de hileras de casas blancas.
—De todas formas la vista es muy bonita—afirma Manolita—.
—Sí pero ese edificio lo estropea todo…puede que  haya sido necesario construirlo…¿Sabes? Tiene ascensores que paran cada tres plantas para promover el que los empleados usen las escaleras hacia arriba o hacia abajo y así se conozcan y se hagan amigos o, quien sabe, algo más…aparte de subir y bajar escaleras, bueno, para que el corazón bombee con ritmo y no se nos acumulen los “grumitos” donde tu ya sabes—bromea Lupe dándose una palmada en la cadera.—
—Qué cosas…
—Sí, dicen que es un edificio “verde” y que el diseño aplicado ayuda a prevenir el “efecto invernadero”… pero sin embargo los empleados se quejan de tener mucho calor por el sol que entra directamente en sus puestos de trabajo y algunos hasta ponen sombrillas en sus escritorios. La verdad es que está generando muchas polémicas…
—Sí, eso me recuerda que mi jefe suele decir: “lo mejor es enemigo de lo bueno”.—
—Órale, que razón tiene tu jefe…
—Mira, aquí a la altura de Turk las calles están ya en un plano horizontal, nosotras hemos bajado de Nob Hill donde está tu hotel y ahora nos situamos en el Tenderloin que abarca un gran trozo del centro, unas cincuenta manzanas, con Union Square a nuestra izquierda y barrios como el de Civic Center, Downtown, Polk Gulch y Little Saigon.
—Por aquí pasamos el otro día en tu coche ¿No es cierto? Me sorprendió la gran cantidad de gente pobre haciendo cola en los refugios y comedores sociales.
—Sí, bajamos por Jones para coger la sexta avenida hacia la autopista, veo que te acuerdas. Como puedes ver un gran cambio de las alturas de Nob Hill al Tenderloin donde hay mucha pobreza, gente sin techo y por supuesto drogas, prostitución, locales de striptease y alcohol. Sin embargo como los alquileres son bajos cada vez se ven más familias de inmigrantes y trabajadores lo que va cambiando poco a poco el barrio haciéndolo más habitable.
—¿Es peligroso andar por aquí?
—No lo es, al menos yo he estado por estas calles muchas veces sin que pasase nada especial, eso si, hay gente rara, gente con problemas que hablan solos o se ponen a gritar en medio de la calle. Quizás la venta de drogas pueda persuadir a la gente de andar por aquí sobre todo cuando entra la noche. Y como puedes ver siempre hay coches de policía patrullando y hablando con ciertos tipos que suelen ser camellos o soplones y que indefectiblemente terminan en los juzgados y algunos de ellos deportados a sus países de origen.
El viento se hace notar un poco más fuerte, viene desde las playas, del Pacífico que rompe con fuerza por el oeste, que barre la costa de norte a sur, que tarde o temprano arrastrará algunas de las urbanizaciones que luchan desde lo alto de los acantilados por mantenerse en pie, unos acantilados  descarnados por la fuerza imparable del codicioso mar que muerde inexorablemente el blando terreno con su encrespado oleaje coronado de espuma.
Manolita se abrocha la chaqueta sintiendo la fría brisa de la mañana, la acera se puebla de gente que en pequeños grupos chocan las manos saludándose con estentóreas frases que no puede entender, algunos solo son sonidos guturales de alguien que se tapa con una manta, de una mujer de extremada delgadez, la cara ajada prematuramente por la intemperie y el estigma de la droga marcado en sus facciones. Por el centro de la calle cruza lentamente de una acera a la otra un hombre harapiento tirando de una cuerda a cuyo extremo arrastra una caja de cartón desvencijada llena de trapos y latas viejas. El tráfico para y el hombre les saluda con la mano al estilo militar, se queda mirando con ojos desvaídos a un punto indefinido y de nuevo emprende la marcha arrastrando parsimoniosamente los pies seguido de la caja de cartón. Manolita y Lupe se miran, a su derecha una fila de chinos muy viejos hacen una larga cola provistos de bolsas y carritos, Lupe cree que esperan a que abran algún centro de recogida de alimentos.
—Los chinos no suelen juntarse con nadie fuera de su grupo étnico—comenta Lupe—y señala a Manolita otra cola para la comida que se alarga dos calles más allá y que está compuesta por todo tipo de personas; algunos esperan en sillas de ruedas, otros van tapados con mantas o arrastrando sus pobres pertenencias, parte de ellos duermen en los hoteles baratos subvencionados por el ayuntamiento o instituciones benéficas, otros directamente en las aceras con la única protección de unas cajas de cartón o encima de un saco de dormir hecho jirones, los hay que tienen sus facultades mermadas y arrancan a dar gritos sin que nadie les preste atención, algunos van mejor vestidos y aseados y posiblemente tienen trabajo pero sea por lo que fuere están por debajo del umbral de la pobreza y tienen que recurrir a las comidas de los hogares de caridad. Manolita no esperaba algo como eso en las calles de esta ciudad tan hermosa y se acuerda de su visita a la Parroquia de Nuestra Señora de Atocha donde también se forman colas para comer.
 Unas manzanas más allá están los prestigiosos edificios del distrito financiero, los hoteles más elegantes y las tiendas de moda europeas y americanas de los modistos que marcan con el hierro de la casa las aspiraciones del lujo y la vanidad humana. Un contraste que hiere la sensibilidad de las personas pero que por lo habitual forma parte de la vida cotidiana en la que todo se digiere sin concederle más allá de unos segundos de atención.
El Tenderloin bordea el corredor norte-sur del que fuera sendero indio ampliado y bautizado por los españoles “El Camino Real” que discurre a lo largo de la calle Misión y Market Street. Desde el “Gold Rush” de 1849 fue el centro de la vida nocturna: teatros, restaurantes, hoteles y un sinnúmero de burdeles, el primero de ellos abierto por la famosa Tessie Wall. Hacia 1920 florecieron las casas de juego, billares, gimnasios y cuadriláteros de boxeo y su fama se extendió cuando Dashiell Hammett compartió con uno de sus personajes de ficción, Sam Spade, su apartamento de Post Street en la famosa novela "The Maltese Falcon".
—¿Te gusta el Jazz?
—Mucho, tanto como la música clásica—responde Manolita—.
—Pues aquí en el Tenderloin entre Turk y Hyde estuvo el Black Hawk, un nightclub que tuvo su apogeo entre los años cincuenta y sesenta. Miles Davis, Cal Tjader, Thelonious Monk, Shelly Manne, Mongo Santamaría actuaron y grabaron discos en el club y también Lester Young, Charlie Parker, Dave Brubeck, John Coltrane, Dizzy Gillespie, Stan Getz, Art Blakey, Gerry Mulligan tuvieron sus sesiones de jazz ¡Los años dorados del jazz!
—¡Qué envidia! Pero yo todavía no había nacido…
—¡Tampoco yo! Pero ¿No sería formidable tener algo así como una máquina del tiempo y poder irse a aquellos días al menos durante un ratito?
Lupe explica que en los años noventa los llamados “dot-com” ingenieros y programadores informáticos en su mayoría hicieron posible una revitalización  particularmente del distrito SOMA —South of Market— reconvirtiendo viejos edificios en apartamentos de lujo.
—Pero la “gentrification” no llegó hasta el Tenderloin…
—¿Gentrification?
—Si, podríamos traducirlo como aburguesamiento…a mi desde luego me gusta más que conserve su sabor antiguo aunque eso implique una serie de problemas pero la forma moderna de construir, de diseñar los barrios, ese aburguesamiento que lo invade todo haciendo tabla rasa de calles, edificios y comercios que se convierten en réplicas de un estilo monótono y falto de imaginación que poco a poco está abarcando todo el país mata la historia y la personalidad de las ciudades.
Siguen andando sin prisas hasta llegar a Maiden Lane, un corto callejón protegido del tráfico por verjas blancas que permanecen cerradas desde las once de la mañana a las seis de la tarde, tiempo en el que las mesas y sillas de los cafés ocupan la calzada creando un pequeño oasis en medio del bullicio de Union Square. En su agradable y recoleto entorno conviven algunas de las más prestigiosas tiendas como Chanel, Yves Saint Laurent, Sur La Table o Diptyque.
—Aquí, en el 125 de Maiden Lane se rodaron algunas secuencias de la película de Hitchcock “Los Pájaros”—.
—Sí, me acuerdo muy bien, parece que estoy viendo correr a los niños gritando perseguidos por los pájaros en la calle de un pueblo.
—Sí, en Bodega Bay. Te sorprenderías de ver que el pueblo sigue prácticamente igual que cuando se rodó la película. Pero como te decía, en la tienda, que en la película se llamaba “Davidson´s Pet Shop, Tippi Hedren aparecía muy bien vestida, llevando también un bolso caro, todo su aspecto daba la sensación de una persona educada perteneciente a la clase social alta. Mi padre, que recuerda aquellos años con nostalgia, dice que la clase media de San Francisco era así en los sesenta, los hombres vestían con trajes, corbatas y camisas blancas y las mujeres con tacones altos, vestidos hasta los tobillos, guantes y sombreros. Esa forma de vestir, la vida sosegada, el ambiente casi provinciano de una preciosa ciudad tranquila alejada todavía de la masificación de hoy en día se puede ver muy bien también en “Vértigo” donde Hitchcock hace de San Francisco el protagonista principal de la película.
—Ahora recuerdo que el propio Hitchcock en “Los pájaros” salía de la tienda llevando una traílla de perros en uno de esas apariciones que siempre hacía en sus películas.
—¡Es verdad! En fin, a mí me da mucha pena que se pierda todo con tanta rapidez. Aquellas costumbres, aquella forma de vivir…
—En realidad el mundo entero está continuamente cambiando—Lupe— y según cambia cada generación tenemos que pasar por ello y tendemos a quedarnos con lo que nos parece mejor del pasado intentando llevarlo hacia el futuro pero cuanto más mayores nos hacemos menos futuro nos queda y te das cuenta de que se te escapa y sin embargo nos aferramos a las cosas que valoramos, supongo que hay que ir modificando cada día nuestras expectativas para poder sobrevivir.
—¡Pero nosotras todavía estamos en la treintena! ¡Hablas como una persona de mucha más edad que la que tienes, te noto pesimista!
—Pues nunca me ha parecido que lo sea pero quizás piense así influenciada por el mundo del arte en el que vivo, en él el entorno que rodea a las personas cambia constantemente y las personas también pero mucho más lentamente.
—¡Somos jóvenes, Manolita!
—Sí, pero ya los de veinte años vienen empujando…y lo que piensan y lo que traen se parece muy poco a nuestra forma de ver las cosas y actuar aunque sólo haya pasado una década. Piensa en lo que ellos han encontrado al nacer y que no existía cuando empezamos nosotras a andar. El mundo hoy va muy deprisa.
Entran en la tienda de productos de restauración “Pigmente” el local, un pequeño edificio art-deco, es sin embargo sorprendentemente grande en su interior, con mucha luz proveniente de amplios ventanales que iluminan tanto la fachada como la parte posterior que da a la paralela Geary street.
En sus dos plantas Manolita encontrará todo lo que necesita dejando el encargo para que se lo lleven a Huertas Produce. Aceites, aglutinantes, adhesivos, resinas, disolventes…
En las calles del centro la gente va y viene en todas direcciones, hombres y mujeres bien vestidos, escaladores del “corporate ladder” con el maletín de negocios o un café en la mano, otros discurriendo lentamente en su calidad de turistas, un mundo de camisetas y pantalones cortos, de tatuajes y “piercings” en los lugares más insólitos.
En muy poco tiempo han desaparecido tiendas muy populares de venta de discos, de ordenadores y programas informáticos. Ahora permanecen cerradas a la espera de otro giro espectacular en el mundo del comercio, de las nuevas ideas que se fraguan a un ritmo frenético. En la tienda de Apple la gente se aglomera, estudia sus productos que se alinean como apetecibles bombones ante los ojos golosos de un público siempre hambriento de novedades; caras, sofisticadas baratijas de un mundo de consumo heredero de aquellos espejillos y banalidades con los que otros conquistadores deslumbraron a otros consumidores que aún no sabían que lo eran.