martes, 23 de junio de 2009

16 - CAMPANAS QUE AÚN SE TAÑEN

Gonzalo despidió a Federico en la estación al día siguiente de tener la fiesta en el estudio. Es cierto que le había dejado bien claro que debía de volver porque no podía dejar el trabajo que tenía entre manos sobre todo en estos tiempos de incertidumbre económica donde las cosas pueden cambiar de un día para el otro.

Pero a Gonzalo le hubiera gustado que se quedase unos días más, ir juntos a la exposición de Sorolla, tenerle en el estudio, pasear por el Madrid antiguo y acercarse a alguno de sus bares y restaurantes escondidos por las viejas calles de Lavapiés, cenar juntos en el ático que fuera de sus padres en la Cuesta de Santo Domingo, charlar en la terraza rodeados de geranios contemplando las chimeneas y los tejados, escuchar a Monteverdi…sí, Federico siempre le dice que es demasiado romántico y eso le hace vulnerable en este mundo frío y despiadado donde Cronos es devorado por sus hijos. Pero ¿Porqué tendría que volverse más tosco e invulnerable a estas alturas? La sensibilidad por lo material e inmaterial le ha llenado la vida, la capacidad para emocionarse le ha hecho feliz y le sigue produciendo ilusión y una cierta esperanza intelectual en el ser humano.

Mientras Manolita ultima su viaje han entrado al estudio dos obras para restaurar de las que se harán cargo Alicia y Cosme, una es un cuadro de John Webber que pertenece al Museo Marítimo de Londres y fue pintado en mil setecientos ochenta, es un bello retrato de una princesa tahitiana con los senos descubiertos, melena rizada negra adornada con flores y una túnica blanca a media cintura, el brazo derecho sostiene un abanico de plumas y el izquierdo descansa en su regazo. Una de aquellas bellezas que posiblemente estuvo a punto de hacer naufragar la carrera de algún oficial inglés apegado a la enseña de Britannia que finalmente descartó la posibilidad que raramente se ofrece de vivir la vida en toda su pureza y sinsentido para seguir la lógica atávica de su educación y buenas costumbres en pos del mandato sublime de la patria.

Por otro lado, y dicho sea de paso, una nación poco proclive a mezclarse con otras etnias como sí lo hicieran conquistadores de más relumbrón algunos siglos antes, súbditos aquellos del rey de las Españas y del orbe. Manolita y sus compañeros coinciden en que sólo necesita una limpieza prácticamente superficial con lo que está de acuerdo Gonzalo.

El otro lienzo es del pintor mejicano José de Alcibar pintado en mil setecientos noventa y tres y muestra a una joven de dieciséis años de edad tomando los votos de una orden religiosa. Ricamente vestida con encajes y bordados, lleva también una cofia de los mismos materiales y sobre ella una gran corona tachonada de flores. Los brazos están ocupados por retratos queridos de santos y en el derecho sostiene una pequeña figura de un niño adornado con sombrero en cuyo brazo izquierdo lleva un bordón de peregrino con la correspondiente calabaza para el agua.

—¡El Santo Niño de Atocha! — exclama entusiasmada Manolita a quien le es enteramente familiar después de ver las estampas que le diera Alfonso, el padre dominico.

—Si— comenta Gonzalo— de ahora en adelante vas a tener ocasión de verle muy a menudo.

—¡Cierto!— comprueban Cosme y Alicia que comparan el lienzo con las estampas de Manolita.

Los días van pasando al igual que en esas películas en blanco y negro en las que un grueso calendario como una marca de agua, difuminado entre los acontecimientos de cada día, va dejando caer las hojas con sus grandes y negros números, ocho, nueve, diez… mientras las personas caminan por la calle ensimismadas en sus tareas, los automóviles circulan en cualquier dirección como los locos coches de una verbena, los cierres de los establecimientos suben y bajan, la luz del día inunda las calles o desaparece dando paso a la noche con sus farolas y anuncios luminosos que a su vez se irán apagando cuando el sol vuelva a iluminar el asfalto y las fachadas de los edificios, reflejando su luz rojiza en los cristales de los escaparates.

Manolo ha pedido un día de vacación para estirar un poco el fin de semana y se ha embaulado todo el paisaje de viñas, olivares, pueblos y ciudades hasta llegar a la línea azul que separa Tarifa de las cercanas tierras africanas. Mientras lucha con el viento o se sienta en el bar tiene la sensación de que las cosas no son como antes, es verdad que ha vuelto al mar, a las ráfagas del estrecho, pero en su interior lo percibe de forma diferente. Nota que se le escapa, que el impulso hacia la costa que hacía atractivo el largo viaje de ida y vuelta se aleja a más velocidad que la que imprime el viento a la vela de su tabla de surf.

Últimamente ha tenido algunas experiencias que le han hecho reflexionar, el trabajo que ahora le ocupa más tiempo; su habitación, reducto amurallado donde esconder sus días ha perdido mucho de su sentido, sus iconos, carteles, incluso la playstation se le hace ahora banal y ya no siente el mismo atractivo por recluirse entre esas cuatro paredes donde se sentía reflejado. Y piensa sobre todo en Manolita con la que ha salido varias veces y se siente muy bien pero al mismo tiempo le inquieta.

Manolita vuelve cansada a casa, los días son solo el reflejo de los colores y texturas en los que ahora trabaja, cada cuadro que restaura le introduce en un túnel del tiempo del que emergen imágenes de un mundo perdido para siempre, de los breves momentos de un acontecimiento magnífico en el que se ganaron o perdieron guerras o países, o del rincón recoleto en el que una mujer cose un viejo vestido bajo la tenue luz que entra por una claraboya mientras un niño sentado sobre las baldosas del suelo la mira con un juguete en las manos, o los ojos de alguien perdido mucho más allá de los recuerdos que el destino o el azar que son reflejo de si mismos han dejado sobre la superficie de un lienzo intemporal, como los de esa joven de dieciséis años y trece días de edad, la madre María Anna Josefa religiosa en el convento de San José de Gracia como reza al pie del cuadro y que mira ahora cada día a Manolita desde un mundo paralelo con ojos y semblante tristes quizás porque se separaba de sus padres, o por la tremenda decisión que acababa de tomar a tan temprana edad mientras abrazaba los objetos de su religión, como juguetes de una niña que está creciendo pero aún no ha salido de su infancia.

Su compañera de piso no ha llegado todavía, se quita los zapatos y anda descalza a la cocina donde se prepara una tortilla francesa y un par de rebanadas de pan con mantequilla que come despacio mientras oye Les Plaisirs de la Table de Telemann, luego se lava los dientes, se pone el pijama y cierra tras de sí la puerta de su habitación metiéndose en la cama. Se duerme hasta tres veces encima del libro que intenta leer y termina por cerrarlo y apagar la luz.

Pasea entre los álamos con la duquesa, anochece y una cierta brisa refresca los árboles y las plantas del calor del estío.

—Los niños ya están en la cama —comenta alzando la mirada hacia los balcones de la segunda planta— mientras se abanica despacio y las varillas entrechocando contra el pecho de la duquesa producen un sonido rítmico que acompaña al producido por las hojas de los álamos.

Manolita mira a la duquesa cuya belleza frágil e intemporal se realza con el velo de seda negro que se ha puesto sobre la cabeza. Llegan al final del paseo donde la capilla con la puerta entreabierta deja ver los cirios que arden en su interior, la duquesa se arrodilla en el primero de la media docena de bancos junto al pequeño altar de la Virgen de la Paloma, ella se sienta en el último y pasea la mirada por las paredes encaladas y el techo en donde unos querubines la observan semiescondidos entre un retazo de cielo y nubes goyescas. En el lado izquierdo hay una pila bautismal de origen románico y en el derecho otro altarcito de la Virgen que sostiene entre sus brazos un niño Jesús vestido de peregrino con sombrero, bordón y calabaza. Desde el exterior llega el sonido de una pequeña campana que uno de los criados tañe nueve veces.

Gonzalo, sentado en un banco de un pequeño jardín junto a la tapia de ladrillo de un convento cercano a su casa, escucha las campanadas que le llegan desde su interior. Mira el reloj, las nueve de la noche, se levanta despacio y se encamina a uno de los bares cercanos donde toma un par de tapas con una cerveza, entabla una pequeña conversación con el dueño y luego se dirige a su casa donde se sirve un vaso de vino acompañado de un cuarteto de cuerda que escucha sentado entre los geranios de la terraza. Sobre los tejados de Madrid aún reverbera la tenue luz del ocaso que se pierde entrelazada a la que sube de las calles y al sonido del tráfico que poco a poco va adelgazándose hasta dejarlas vacías y silenciosas.

viernes, 12 de junio de 2009

15 - SOCIEDAD AGRARIA DE TRANSFORMACIÓN.

Don Tomás de vuelta de una de sus comidas de negocios pide a todos que se reúnan en su despacho, saca de su cartera cinco modelos de etiquetas diferentes para los tres vinos que comercializan y pide a Manolo que las reparta entre sus compañeros.

—Estas son las nuevas etiquetas que nos han preparado para renovar las que mostraban las botellas hasta ahora, me gustaría que se las lleven y me las devuelvan en dos o tres días escribiendo en el reverso lo que opinan, por ejemplo, si les atrae el diseño, los colores, la estética contribuyendo así en la decisión de comprar el vino.

—Si, por el contrario, no les dice nada, les resulta anodina e incluso desagradable con lo que rechazarían el producto sin ni siquiera conocerlo, en fin, pongan lo que quieran libremente. Entre todas ellas la cooperativa elegirá una para cada uno de los tres vinos. A nadie escapa que una buena presentación de la botella es el primer factor de atracción para el comprador que tiene que elegir entre un océano de vinos nacionales e internacionales.

— ¡Ah! Otra cosa, acabo de hablar de cooperativa, de nuestra cooperativa. Bueno pues, de ahora en adelante seremos, somos, una " Sociedad Agraria de Transformación". Si, si, como lo oyen, a mi personalmente me gusta "Cooperativa" pero como decíamos en otros tiempos: " doctores tiene la iglesia" parece que hay un afán por cambiar el sentido del lenguaje, para que también las palabras se conviertan en un producto bajo en calorías, en algo descafeinado que diga sin decir, que sea eso que los cursis llaman "políticamente correcto".

—¿Y no podemos seguir con el nombre de "Cooperativa"?— pregunta Silvia.—

—Pues parece ser que no, porque aparte de los comentarios de un cascarrabias como yo, hay matices importantes entre "Cooperativa" y "Sociedad Agraria de Transformación" que tienen que ver con los acuerdos económicos en los que los socios se comprometen utilizando, por ejemplo el voto, de forma proporcional a la participación individual del capital social suscrito en lugar de la vieja regla cooperativa de "un socio, un voto".También contempla algunos otros aspectos jurídicos importantes para los socios, todo hoy en día es más sutil y complicado que antaño. Pero de cualquier manera, nosotros no tenemos que entrar en esto, nuestra función es comercializar el vino y es en eso en lo que debemos de enfocarnos.

—Eso es todo, ya pueden volver a su trabajo, Silvia, Esperanza y Manolo quédense un momento.

Don Tomás les indica que se sienten preguntándoles por las ventas, los clientes y la sensación que tienen del mercado en la actual situación económica llegando todos a la conclusión de que a pesar de la crisis la demanda de vino no baja sustancialmente aunque hay que hilar muy fino en lo que a los precios se refiere sacrificando o disminuyendo algunos márgenes que tradicionalmente eran altos en aras a mantener los clientes antiguos y de peso que últimamente dudan ante la cantidad de ofertas que inunda el mercado.

—Bien— comenta don Tomás— el asunto de los precios es básico y necesita atención constante, precisamente la semana que viene se reúnen los miembros de la Cooperativa, perdón —suspira don Tomás— los miembros de la Sociedad Agraria de Transformación para tratar varios puntos entre los que los precios son una de las prioridades a discutir. Pero, de momento, yo les quería proponer que mañana viernes ustedes subieran a …la Sociedad en lugar de venir a la oficina, si se van temprano estarían allí sobre el mediodía, pasarían la tarde con uno de los socios que les haría un recorrido refrescándoles sus conocimientos sobre la planta y luego, sobre las siete se podrían volver. Para las diez de la noche más o menos estarían de nuevo en Madrid y tendrían sábado y domingo por delante para descansar. Un vistazo a las instalaciones les vendría muy bien. Si mal no recuerdo hace ya tiempo que no han ido por allí.

—Yo no he estado nunca— comenta Silvia.—

—¡Ah! Pues mejor que mejor…¿Qué les parece?

—Podemos subir en mi cuatro por cuatro— se ofrece Manolo.—

—Bien, pónganse ustedes de acuerdo, yo les llamaré para que tengan preparada una buena comida en el salón de visitas y repongan energías nada más que lleguen.

Manolo piensa en esta escena del día anterior mientras coge el desvío al hostal Tudanca, primera y posiblemente única parada hasta que lleguen a Labastida. Silvia y Esperanza hablan de trapos, del Hola, de chicos con los que han salido últimamente y de las posibilidades del Internet para contactar con gente.

Después de llenar el depósito desayunan unos bocadillos de tortilla en la barra que está ocupada por un buen número de ciudadanos de la tercera, cuarta o quinta edad que se acogen a la política de "Envejecimiento Activo" del Imserso y ocupan toda la barra engullendo todo lo que se les pone por delante entre grandes risas y enorme vitalidad; otros merodean por la tienda entre los lomos embuchados, chorizos, lomo frito en aceite embasado en botes de cristal, piernas de cordero asado en embases al vacío listas para comer, galletas, magdalenas y pastas confeccionadas por las monjas de varios conventos de la zona. Algunos de ellos hacen acopio de varios productos así como de los vinos de la Ribera o La Rioja que llenan las estanterías.

Una hora después se desvían a la derecha de Burgos para coger la autopista de peaje hacia Vitoria; a su izquierda, algo alejado, queda la aglomeración del ladrillo anárquico extendido como un feo borrón a través del cual aún sobresalen tímidamente las dos torres grises con sus agujas caladas de la catedral gótica. En la salida de Pancorbo enlazan con la N-232 que les lleva rápidamente por Fonzaleche y Casalarreina hasta Haro y de allí a Labastida.

La bodega es de corte clásico, un edificio de piedra con escudo heráldico sobre un dintel labrado que adorna e imprime reciedumbre a un gran portón de roble antiguo. Estética tradicional que se agradece ahora que surgen como hongos las nuevas edificaciones de acero inoxidable como cementerios de chatarra depositados en medio de un paisaje idílico de viñas y laderas ondulantes, módulos de cemento, cubos y construcciones bunker que según las modas arquitectónicas al uso quieren dar un aspecto aéreo a las bodegas.

Les recibe uno de los socios que dada la hora que es les lleva directamente a una sala-comedor adornada con barricas, viejas cubas y botellas premiadas en diferentes concursos. La sala dispone de un asador y varias mesas rectangulares con bancos a sus lados.

—Aquí, como podéis ver, se sirven vinos y preparan comidas sencillas para grupos de clientes y amigos. Tiene un gran éxito y es muy importante en las relaciones con compradores muchos de ellos extranjeros.

Se sientan en una de las mesas en las que han preparado una cazuela con menestra de verduras y unas parrillas individuales con chuletillas de cordero que se mantienen calientes al rescoldo de unos trozos de sarmiento. Mientras comen acompañándose con una botella de cosechero se van poniendo al día sobre la bodega que es de mediano tamaño en comparación con las de la zona y reúne las cosechas de los socios que cultivan la uva Tempranillo, Garnacha tinta, Mazuelo y Graciano en diferente proporción.

—Como ya saben— pero él se lo recuerda— preparan parte de la cosecha en maceración carbónica para comercializar enseguida mientras que al resto se le elimina el raspón del racimo antes de la fermentación para destinarlo a la crianza.

Para los vinos tintos el período de crianza en barrica de roble es de un año seguido de otro en botella, en los destinados a reserva el período de crianza en barrica de roble y botella no debe de bajar de los treinta y seis meses, con un tiempo mínimo en barrica de roble de doce meses.

Terminan pronto de comer y pasan directamente a visitar la bodega, mientras suben y bajan las escaleras contemplan los depósitos de acero inoxidable con capacidad para cuarenta y cinco mil litros, se les habla de todo el proceso de elaboración, de la maceración en frío, de las técnicas de potenciación: elaboraciones de doble pasta, microoxigenación, delestage, sangrados…de los diferentes prensados en los que se obtienen tres calidades de vino, de las analíticas del mosto en cada momento, del envejecimiento en barricas que en el caso de esta bodega son de roble americano. Después se acercan a la máquina de etiquetado y embalaje.

Esperanza pregunta sobre las botellas y los corchos y de lo que influye en la presentación de los vinos a los compradores.

—Así es. La mayor parte de los amantes del vino, por no decir todos, quiere el vino en botella, con cápsula de estaño o estaño y plomo y tapones de corcho. En los vinos de reserva y gran reserva sigue siendo así, no sin embargo en los más comunes en los que se usa de modo generalizado componentes de plástico. Vosotros que estáis en la comercialización sabéis la enorme competencia del mercado actual, el envasado encarece mucho el producto dependiendo de su calidad, así que se está constantemente buscando alternativas que alivien el precio y resulten agradables al consumidor.

Vuelven a la oficina con su salón de visitas y prueban los tres tipos de vino coincidiendo en la originalidad del vino de maceración carbónica que no se suele encontrar en Madrid. La charla continúa entrada la tarde y Manolo sugiere que como ya esta anocheciendo sería un buen momento para darse la vuelta.

—¡Pero Manolín, que prisa tienes! Mañana es sábado— indica Silvia.

Esperanza piensa que sería buena idea, ya que han venido hasta aquí, tomarse unos vinos y unos pinchos por los bares de Haro. Manolo mira a Silvia que le sonríe con su cara pícara y voluptuosa y su cuerpo atlético del que sabe sacar muy buen partido. Luego se fija en Esperanza, de aspecto más serio, el pelo negro y los ojos penetrantes. Naturalmente se deja llevar por las dos, al fin y al cabo no tiene ningún plan a la vista excepto la playstation.

Las calles con sus caserones de piedra tachonados de escudos permanecen desiertas, sólo de vez en cuando se filtra la luz azulada de algún estridente televisor encendido en un pequeño bar. Montan en el coche y van hasta el pueblo de Ábalos, ha anochecido, la plaza de la iglesia está desierta, la luna pálida cruza entre dos calles y se oculta entre nubes que difuminan su luz sobre las huertas y las viñas. Esperanza y Silvia van cogidas del brazo de Manolo, dos vecinos se cruzan y sus voces reverberan en las paredes de la plaza y la iglesia que está suavemente iluminada y muestra su torre barroca.

Deciden volver a Haro, aparcan cerca de la plaza, hay bastante ambiente, parejas de fin de semana, grupos de hombres recorriendo los bares, excursionistas de Vitoria y Bilbao. Se unen a la peregrinación popular tomando vino de cosechero y eligiendo un pincho en cada sitio entre toda la enorme variedad riojana incluyendo naturalmente los pimientos rellenos.

—¿Y tu tienes novia Manolo?— pregunta Silvia.—

—¿Yo? Pues no.

—Pero tu eres muy majo… ¿No se te dan bien las chicas? — pregunta Esperanza.—

—A mi no me resulta fácil…vosotras sois las que decidís y podéis elegir.

—¿Nosotras? ¡Huy! estás muy equivocado, no hay más que memos y cuando encuentras alguno que merece la pena o le gustan los hombres o está casado…

—Bueno, no será para tanto…

—Sí, si lo es, además ahora está la moda de conocer a la gente por Internet y a Silvia y a mí no nos hace ninguna gracia. Te pretenden imponer condiciones…que si eres gordita que no te molestes en contestar, que si no mides tanto y cuanto pues tampoco, que si te gusta esta moda o la otra, que si esto y que si lo otro…¿Pero qué se habrán creído?¡Vaya mundo de pringados!

—Pero eso será entre chicos y chicas muy jóvenes.

—Si treinta o treinta y tantos te parece muy joven pues entonces sí.

—Pues yo creo que ellas hacen lo mismo y además, como digo, tenéis la última palabra para decidir.

El tiempo pasa amable y divertido sintiéndose más relajados con los vinos y los pinchos. Entre conversación y conversación Manolo elucubra para sus adentros: mirar chicas—piensa— me gustaría acostarme con una de vosotras ¿Porqué no lo echáis a suertes?

—¿En que piensas Manolo? Estás como distraído…

—¡No, no, pensaba en la hora que vamos a volver.

—Pues mira, yo creo— mirando a Esperanza— que lo mejor sería que nos quedásemos a dormir aquí y por la mañana, sin prisas, nos volviésemos con la luz del día.

—A mí me parece muy bien— afirma Esperanza.—

—¿Y tú que opinas Manolín?

— Pues nada, lo que digáis vosotras, total, son ya más de las once de la noche…

Se acercan al hotel Los Agustinos donde para esa noche disponen de dos habitaciones. Pasan por el bar y deciden pedir una botella de Cava y se relajan en el histórico y acogedor salón en el que no hay nadie y cuyo agradable silencio solo es alterado por las risitas de Silvia y Esperanza. Sobre las doce deciden irse a las habitaciones, Manolo les da las buenas noches y cierra la puerta tras de sí tumbándose vestido sobre la cama.

Comienza a adormilarse cuando oye llamar quedamente a la puerta, es Silvia que aún tiene su vaso de cava en la mano a medio terminar.

—Perdona Manolo ¿Puedes venir un momentito a nuestra habitación?

Sentada en el borde de la cama Esperanza se desnuda mientras Silvia lleva a Manolo al sofá y comienza a desabrocharle la camisa. A Manolo le sube una oleada de nervios y está por levantarse y salir corriendo.

—Tranquilízate Manolo que sabemos que esto te va a gustar— le sonríe Silvia.

Manolo se deshace entre los brazos de Silvia y Esperanza que inundan sus sentidos de una sensación parecida a la que le produce la música, entrelazados en abrazos suaves, en dulces y húmedos besos que le cortan la respiración, inundado por los cabellos de ambas que se deslizan acariciándole la piel como una cascada, jadeando, entremezclando sus alientos, sintiendo el aroma perfumado de sus cuellos, el sudor de la pasión que circula entre los tres como el arco de un violín produciendo un mutuo escalofrío de placer breve y estremecedor, como una sensación de muerte que renace en si misma y explota derramándose por el interior del cuerpo.

Suena el móvil y Manolo se despierta contestando mecánicamente, son Silvia y Esperanza que le están esperando para desayunar. Después de una ducha de la que le cuesta salir consigue por fin vestirse y bajar al restaurante.

—Buenos días— sonríen las dos al unísono— ¿Has dormido algo?

—Algo sí, pero no me acuerdo cuanto.

—Pues no mucho— contesta Esperanza— porque entre unas cosas y otras nos dieron las cinco de la mañana y fue cuando te quedaste dormido, nosotras decidimos levantarnos y dar un paseo, ya tendremos esta tarde tiempo para dormir en casa.

Conduce de vuelta mientras Silvia y Esperanza duermen ajenas a todo. El día está algo nublado, insulso y átono, decide no parar y dejarlas dormir. Sobre las tres de la tarde las despide en la Plaza de Castilla y se dirige a casa con la sola idea de meterse en la cama y pasar la tarde durmiendo.

jueves, 11 de junio de 2009

14 - ENCUENTRO

—He quedado a las dos con Eduardo— se dirige Gonzalo a Manolita acercándole una taza de café.

Manolita, sentada en un taburete, observa el cuadro de José de Ribera que en su opinión está ya terminado. Gonzalo arrima una silla y escruta en silencio la superficie oscura, algo abismal o podría decir abisal, de los oleajes acromáticos en los que parece flotar el cuerpo semidesnudo del santo eremita.

Han pasado tres semanas de concentración y trabajo, tres semanas desde la pequeña reunión en la que Gonzalo y Federico lo pasaron muy bien guisando para los amigos, a la que también fue Manolo aunque, hay que decir, brevemente. Pero eso no le preocupa y ahora que lo piensa no ha sabido nada de él en todo este tiempo aunque bien es verdad que ella tampoco ha tenido libre un minuto excepto para tratar de terminar el trabajo que tiene entre manos.

—¿Vais a comer a algún restaurante de postín?

—Vamos a ir los tres, quiero que vengas conmigo, te presentaré a uno de los banqueros más importantes del país, siempre es interesante conocer a alguien conectado con el poder…fáctico o no fáctico. Además tu presencia hará más suave la factura que pienso pasarle.

—¿Le vas a cobrar mucho?

—Claro que sí ¡Es un Ribera! Y aunque todos los banqueros son tacaños por principios inherentes a la profesión, de otro modo no podrían ser banqueros, se sentiría ofendido si le cobrase poco, una abultada factura halagará su ego proporcionándole además el confort de ver aumentado su patrimonio artístico que a estos niveles siempre se cotiza al alza.

—Tomo nota Gonzalo…quiero decir, para cuando tenga mi propio estudio y las decisiones dependan de mí.

—Muchas decisiones ya dependen de ti y tú lo sabes…

—Gracias Gonzalo pero por ahora me siento más cómoda sin mucha responsabilidad.

A media mañana supervisan a los empleados de mudanzas de obras de arte que embalan cuidadosamente el cuadro y se lo llevan del estudio, luego salen a la calle a esperar el taxi que han pedido por teléfono.

—Vamos a la calle Lagasca, al restaurante La Chalupa.

—Si señor— responde el taxista que baja la bandera así como el volumen de la radio.

—Y no corra, no tenemos demasiada prisa, así podremos disfrutar mejor el trayecto.

—Desde luego, no se preocupe.

Gonzalo se arrellana en el asiento y contempla la mañana soleada madrileña, los turistas que desde la parte superior abierta de los autobuses toman fotos de La Cibeles, del Palacio de Comunicaciones ahora Ayuntamiento, de la gente que ocupa las aceras algunos de ellos caminando deprisa, con un objetivo determinado y otros, la mayoría, indolentemente, parando en los puestos de periódicos, caminado hacia algún museo o simplemente dejándose llevar sin rumbo definido.

Tras dar la vuelta al monumento de La Cibeles el taxi enfila el Paseo de la Castellana, en los parterres centrales los tulipanes se alinean en todo su esplendor de rojos y amarillos.

—¡Qué de gente…y a la una y pico del mediodía! Parece como si nadie trabajara en esta ciudad…

—En parte es así, Manoli, debemos andar por los cuatro millones y pico de parados…pero por otro lado tengo que decir que siempre he visto las calles de Madrid llenas a las horas en que normalmente se debería estar trabajando, es una pregunta que siempre me hacía de joven y de eso hace ya mucho tiempo.

—Pues tendrás razón pero ¿Cómo sobrevive la gente?

—Otro misterio, pero yo tengo la teoría de que nuestro país ha sido siempre de tener gran apego a la familia y posiblemente eso haga que en muchas cuatro, cinco o más personas vivan a la sombra de un único miembro que conserva su trabajo; con las posibles enfermedades cubiertas por la Seguridad Social, alguna pequeña subvención y un trabajo ocasional en la economía sumergida pues se va tirando, ya sabes, donde comen cuatro comen cinco…

—Cuando estuve en Nueva York, con ser un país más adelantado que nosotros vi a gente sin techo durmiendo en las aceras, una pobreza de gente solitaria vagando por las calles empujando uno de esos carritos de supermercado con sus pocas pertenencias, me llamó mucho la atención…

—Sí, es una sociedad en la que los lazos familiares se han ido perdiendo en la lenta desintegración que causa el materialismo que los aísla y enfrenta en una continua lucha personal por sobrevivir, que los ha vuelto más individualistas y por tanto han dejado de ser fuertes.

—"Every man for Himself"— contesta Manolita— recuerdo además que alguno de esos indigentes llevaba orgulloso la bandera americana bien visible entre lo poco que arrastraban en el carrito.

—Es parte de su filosofía de la que aparentemente están muy orgullosos pero también presenta, como a menudo suele ocurrir, dos caras, por un lado aún mantienen ese espíritu de frontera, la libertad personal, aunque la libertad es más un concepto que una realidad. Por otro lado es también una sociedad en la que la gente se une para luchar y discutir todo tipo de cosas, saben organizarse mucho mejor que nosotros y votar sus decisiones.

—Si no vivimos juntos, moriremos solos.

—No te quepa duda, por desgracia aquí están llegando también la insolidaridad y el concepto de que cada uno se las apañe como pueda, que dirían los castizos, aunque por el momento hay muchas organizaciones de ayuda, pero el problema crece cada día.

El taxi frena enfrente de La Chalupa y mientras pagan y suben a la acera llega un Audi negro que se detiene delante del taxi, se abren las dos puertas delanteras de las que bajan un joven bien vestido que se para a medio camino de la puerta del restaurante escrutándolo todo y el chofer que da la vuelta al vehículo y abre la puerta de atrás por la que desciende un hombre delgado, de unos sesenta y tantos años, de calva bronceada, con un terno oscuro impecable y mostrando una amplia, blanca sonrisa a Gonzalo que le extiende la mano.

—¡Esto es puntualidad anglosajona!

— ¿Cómo estás Eduardo?— le estrecha la mano.—

—Muy bien, y observo que tú también, hace tiempo que no nos vemos…

—Te presento a Manolita, que ha llevado todo el trabajo de tu obra de arte.

—Encantado, Manolita.

Atraviesan el local, sobre la barra de roble con motivos marineros y ocupada por una amplia clientela, bandejas de nécoras, cigalas, pulpos enteros, pimientos de padrón, conservas y encurtidos. El comedor está en plena actividad, el dueño del restaurante, vieja amistad de don Eduardo, les lleva a un saloncito privado de los varios de que disponen para ocasiones especiales.

—Bueno, aquí estaremos tranquilos, estos ratos son un pequeño lujo para disfrutar con amigos lejos de personajes y personajillos, consejeros de administración y demás fauna incluyendo la política que suele ser, salvo raras excepciones la más insufrible.

—Gracias Eduardo, sé que estás muy ocupado pero salió de ti el vernos y estoy encantado y he querido traer a Manolita para que cada vez que eches un vistazo a tu Ribera te acuerdes de las manos que lo rejuvenecieron sin que lo parezca.

—Desde luego, desde luego, gracias Manolita, no será de todas formas el último, ya os mandaré algún otro a no tardar mucho, puede que algo impresionista o flamenco pero aún no os puedo adelantar nada…¿Me has traído la factura? Ya sabes que esto del arte me gusta llevarlo personalmente…

Gonzalo le entrega un sobre que guarda en el bolsillo interior de la chaqueta que a continuación se quita acomodándola en el respaldo de otra silla.

—¿Os parece bien un poco de marisco para empezar?

Manolita y Gonzalo asienten con la cabeza. Eduardo pide que traigan angulas, percebes y cigalas, pimientos de Padrón y un botella de Dom Perignon.

—¡Ah! ¿Tenéis buenos bocartes?

—Claro que sí— afirma el dueño del restaurante.

—Pues tráenos unos al estilo de mi tierra.

—Y cómo te va todo Eduardo…

—A mí y a la familia bien…los negocios, bueno, eso ya sabes, quizás hoy más complicado que antes pero siempre difícil sean buenos o malos tiempos, la cuestión es salir al patio de recreo de vez en cuando, ahora cada vez me gusta más estar en el patio… ¿Sabes?— mirando a Manolita— conozco a tu jefe desde principio de los setenta, hace más de treinta y cinco años, nos conocimos en La Rioja en El Ciego…

—En San Vicente de la Sonsierra— rectifica Gonzalo.—

—Eso es. Yo andaba interesado en el vino y buscaba inversiones en la zona; Gonzalo en el arte, en el arte en general fueran lámparas, cuadros, muebles…a mi ese mundo me tocaba de cerca porque lo había tenido alrededor desde que nací. Bueno, pues nos hicimos amigos…y hasta hoy.

—Últimamente te he visto en los periódicos con todo este lío de la economía— comenta Gonzalo.—

—Sobre todo con las inversiones en Hispanoamérica, allí no nos va mal aunque tenemos que estar siempre templando gaitas con los gobiernos y están a punto de darnos la patada en algunos países…con toda esta catástrofe económica las cosas van a tardar un poco en reconducirse, pero yo sigo las directrices familiares: optimismo, trabajo y ajustarse a las reglas del juego; desgraciadamente mi forma de pensar no parece coincidir demasiado con lo que está ocurriendo en España desde hace ya algunos años.

—En España la juventud lucha por ser funcionario, tener un puesto fijo de por vida— comenta Manolita.

—¡Qué mal síntoma! Los jóvenes deberían estar abriendo nuevos caminos, usando la imaginación, emprendiendo negocios, viajando a otros países para contrastar formas de vida, pero tengo que reconocer que no se les puede culpar cuando no se crean esos estímulos desde el colegio, no se les da la educación ni la ética del esfuerzo y para remate este dislate lingüístico que va a impedir a muchos dominar el idioma español importantísimo hoy en día junto con el inglés.

—¡Un brindis por la amistad!— propone Gonzalo levantando la copa.

Las entrechocan los tres y ponderan la buena calidad de los productos que el camarero prepara sobre la mesa. Mientras comen Manolita entra en algunos detalles sobre la restauración del cuadro que Eduardo escucha atentamente, le comenta también que a petición de Gonzalo se irá pronto a California para negociar una restauración cosa que le produce un gran interés ofreciéndole ponerse en contacto con él a través de su oficina central en el caso de que necesite algún contacto o ayuda. Eduardo entonces dedica su atención a Gonzalo que le pone al día de su salud, del estudio, de sus relaciones con Federico con el que Eduardo mantiene también una buena amistad.

Luego deciden que ninguno quiere comer nada más y traen café, frambuesas y bombones renunciando a las copas. Hacen un poco de sobremesa y Eduardo mirando el reloj se excusa anunciando que tiene que irse.

Manolita y Gonzalo se quedan tomando otro café, se miran y sonríen. Aunque la habitación está bien aislada se escucha afuera el murmullo de las mesas, de los comensales para los que, al menos ese día, no parece haber crisis.

—Es una pena.

—¿El qué?

—Que ninguno de los dos fumemos, ahora sería el momento ideal para encender un puro de aquellos a los que nos tenía acostumbrados el compañero Fidel en sus discursos de ocho horas…

—Él tampoco fuma desde hace tiempo…además está muy malito…

—Cierto, cierto…¿Nos vamos? Ya está vendido todo el pescado…

—El pescado no sé, pero el marisco estaba excelente…y tu amigo Eduardo nos ha tratado muy bien y veo que te tiene mucha confianza… ni siquiera ha visto todavía el cuadro.

—Sí, es un viejo zorro, amigo de sus amigos, al que tengo un gran aprecio.