sábado, 26 de junio de 2010

27 - LEFTY O´DOUL´S



Fly me to the moon
Let me play among the stars
Let me see what life is like
On Jupiter and Mars…
In other words, hold my hand
In other words, baby, kiss me
Fill my heart with song
Let me sing for ever more
You are all I long for
All I worship and adore…
In other words, please be true
In other words, I love you…

Y se lleva el saxofón a los labios para repetir el estribillo en el más puro estilo bebop entre un sinfín de voces de los comensales que al fondo del local ocupan las mesas alrededor del cuarteto siguiendo tanto la música como las pantallas de televisión que como si del ojo de una mosca gigante se tratase multiplican por la sala el partido nocturno de béisbol que al final ha podido celebrarse al alejarse el frente de lluvias hacia el interior.
Manolita y Lupe cruzan la puerta del local que a estas horas esta atestado de gente. En la barra se sientan los habituales junto a evidentes turistas con los que en animada conversación charlan sobre la ciudad, estos para admirarla y los otros para sentir el orgullo de ser protagonistas de sus días. Hay también una segunda fila de clientes que de pie reciben las cervezas, cócteles y vinos a través de las manos de los primeros apostados.
Al otro lado y dejando poco sitio para circular, una larga, heterogénea fila de comensales provistos de bandejas se mueven lentamente entre los olores apetecibles del muestrario humeante de roast beef, jamón glaseado, corned beef, pastrami, pavo asado, ternera en barbacoa y los diferentes complementos de chili con queso y cebollas, sopa del día: lentejas, albóndigas o tortillas con verduras, ensaladillas, pepinillos que un par de empleados mejicanos sirven diestramente en bocadillos abiertos o platos de cena acompañados con puré de patatas.
—¡Qué bien huele!
—Sí, mi niña, mira podemos agarrar algo de cena y nos vamos a las mesas del fondo donde está tocando Tony.
Se abren paso con las bandejas, la parte de atrás está un poco más despejada, una camarera les señala una mesa desde la que pueden ver tocar al cuarteto. Piden ambas dos cervezas O´doul´s de presión, dos grandes vasos de color ambarino que enseguida tienen junto a la cena.
El cuarteto interpreta un poco de todo, predominando los temas conocidos de Tony Bennett o Frank Sinatra, un repertorio amable para gente que quiere pasar un buen rato en un local entrañable.
Tony toca el bajo y les sonríe al verlas en la mesa, una de las camareras ataca “ I Left my Heart in San Francisco” y no lo hace mal, al terminar se lleva una gran ovación sobre todo por parte del público visitante.
Manolita y Lupe aplauden y sonríen a Tony con la boca llena.
—¿Y todas estas fotos en las paredes?—señala Manolita.—
—Casi todas son de partidos de béisbol, de jugadores famosos como Joe DiMaggio…
—Ese era el marido de Marilyn Monroe…
—Uno de sus dos maridos, el otro fue el escritor Arthur Miller. Todo aquí esta dedicado al béisbol porque el mismo Lefty fue jugador con los Giants de New York y después dirigió a los Seals aquí en San Francisco, fue amigo de Ty Cobb, Babe Ruth y el mismo DiMaggio.
—¡Cuánto sabes de béisbol!
—¡Órale, me gusta pero más el saber cosas de la ciudad. Un poco antes de los años sesenta Lefty abrió este restaurante con la idea de que su familia y amigos viniesen a comer y conocer a las estrellas del béisbol en un ambiente relajado y divertido, y así fue, ya ves que ha sobrevivido todos estos años y sigue siendo un lugar estupendo para comer bien, charlar y pasar un buen rato.
Terminan de cenar y la misma camarera que cantaba les retira los platos y les trae de postre una Margarita para Lupe, un Mai Tai para Manolita y un Ginger ale para Tony que junto a sus compañeros se están tomando un descanso.
—Te he pedido algo sin alcohol, como estás trabajando…
—¡Ah! Muy bien Lupe, siempre mirando por mi salud…
—¡Y si no lo hago yo, quien lo va a hacer! Mira, te presento a Manolita, de la que ya te hablé por teléfono.
—Mucho gusto, ya tenía ganas de conocerla.
—Encantada, Tony…¿Tú eres también mejicano?
—Pues algo soy, mi madre lo es pero yo he nacido aquí en San Francisco en la pura Misión y mi padre es gringo.
—Entonces como Lupe.
—Sí, miti – miti, como dice ella.
Manolita y Tony se miran sin querer mostrar ninguno de los dos un interés excesivo por el otro. Tony se concentra en hablar con Lupe lo que a ella le indica que le ha gustado Manolita, sentimiento que actúa directamente sobre su personalidad acentuando su timidez.
Después de dos Margaritas y Mai Tais más y otra larga actuación del grupo el local comienza a despejarse lentamente aunque muchas mesas siguen en un ir y venir de risas algunas de las cuales llegan con su chorro de decibelios hasta el bar y viceversa.
Tony vuelve a la mesa con su cazadora y sugiere, en vista de que no llueve, ir andando hasta El Castro y tomar allí una última copa.
—Nos parece bien—afirma Lupe mirando a Manolita— pero siempre que terminemos en mi casa tomando la del cierre.
—¿Crees que seremos capaces de llegar a tu casa?
—No te preocupes Manolita, vivo allí mismito en La Misión y bueno, también podemos agarrar un taxi…
—¿Coger un taxi?
—No mi hija, acá no se cogen los taxis…coger, lo que se dice coger, no estoy yo muy segura que vayamos a coger nada.
—No seas mala, Lupe—Sonríe Tony.—
Comienzan a andar por la acera hacia Market, las calles están muy animadas, en algunos restaurantes hay grupos esperando sus turnos en la acera, muchos con copas de vino, la temperatura es fresca pero ha dejado de llover.
Con frecuencia pasan limusinas negras o blancas algunas de las cuales paran frente a los hoteles bajando de ellas grupos de chicos y chicas jóvenes, ellos vistiendo probablemente su primer tuxedo y ellas trajes de fiesta muy escotados, ceñidos, algunos casi de noche cubriéndoles los zapatos.
—Hoy es el día de los “proms”—explica Lupe a Manolita.
—Sí, es cuando se gradúan ¿Verdad?
—Eso es, del High School. Su noche más importante, la primera salida después de haber superado los estudios secundarios, la salida definitiva de la infancia. Creo que para casi todos es un momento incluso más importante que terminar la carrera en la universidad.
Caminan despacio por la acera de la izquierda, un largo tramo en el que Tony hace pregunta tras pregunta a Manolita que le ilustra sobre su profesión, contacto con Lupe y el porqué de su presencia en San Francisco, Tony escucha con mucha atención hasta que levanta una mano en señal de interrupción.
—Perdona, mira, es que hemos llegado a la calle Castro.
En el cruce de la diecisiete, Market y Castro un público en su mayoría de turistas entra en los bares o circula por las aceras, un poco más allá en Market ondea la descomunal bandera del orgullo gay con las luces de la torre de Twin Peaks parpadeando al fondo. Cogidos de la mano algunas parejas  fuman a la puerta de los bares y charlan con otros grupos.
En la acera de la izquierda se puede ver el cartel iluminado del cine Castro y en la misma esquina la famosa taberna “Twin Peaks” en la que entran no sin esfuerzo sorteando un público animado que comparte la noche con los amigos, unos en grupos, otros en solitario luciendo el atractivo de sus mejores armas de seducción a la caza de nuevas caras bajo las lámparas de cristal manchado que cuelgan del techo.
Tony sugiere unos cafés irlandeses y con ellos en la mano suben a la segunda planta teniendo cuidado de no derramarlos entre tanta gente moviéndose alrededor y donde encuentran una pequeña mesa libre.
—Sabes Manolita, a este bar le llaman “The Glass Coffin”— apunta Tony.
—¿Y eso?
—Por las vidrieras de la fachada, en tiempos era el mejor escaparate para algo que no se admitía o estaba mal visto.
—Ya entiendo, una forma inteligente de mantener una exposición permanente no autorizada.
—¡You got it!
—¡Umm... estupendo irlandés!—afirma Lupe.
—¿Oye, y que haces con tu contrabajo?
—Lo dejo en O´doul´s y paso a recogerlo cuando tengo ensayos.
—¿Ensayas en tu casa?
—Algunas veces pero casi siempre lo suelo hacer con compañeros de la orquesta sinfónica.
—¿Tocas con la filarmónica aquí en San Francisco?
—Sí, algunas veces en sustituciones y suelo viajar por el país en giras de conciertos.
—O sea que te lo tomas en serio, eres un músico profesional.
—Pues eso pretendo…
—Antes trabajaba en Huertas Produce ¿Verdad Tony?—comenta Lupe.—
—Sí, y quien sabe, puede que vuelva a tener que pedirte otra vez trabajo.
—¿No te va bien con la música?
—Bueno, no me va mal y contando con el grupo de jazz pues estoy bastante bien y hago lo que me gusta.
Aunque tenían la idea de ir a algún otro bar, están tan cómodos y el ambiente es tan bueno que deciden tomar otra ronda y permanecer allí un rato más. Luego van andando al  apartamento de Lupe que vive en una casa victoriana en una de las calles que desembocan en Misión. Es un edificio de dos plantas con unas pequeñas escaleras en la entrada rodeadas de macetas de flores y dos puertas que lo dividen en dos apartamentos aislados.
—Como veis—comenta Lupe— hay que subir unas escaleritas pero me gusta más la parte de arriba.—
El apartamento es muy espacioso, Lupe enciende las luces y les muestra el salón que, siguiendo el estilo clásico de estas casas, tiene tres ventanas, una central grande y dos laterales algo más pequeñas que dibujan un espacio curvo  proporcionando una gran visibilidad del exterior.
Entre el salón y la cocina hay un comedor que Lupe usa de oficina, con teléfono, dos ordenadores, impresora, televisión y equipo de altavoces, un pasillo conduce a tres grandes habitaciones y dos baños completos. La casa está decorada con algún motivo mejicano, platos y fuentes sobre todo en la cocina pero no destaca por ningún estilo ni decoración excepto la que produce las estanterías de libros desde el suelo al techo, discos, revistas, etc. un pequeño caos confortable que, según dice ella, la mece, arropa y aísla de los agravios del exterior.
—Tengo suerte— añade Lupe — abajo viven unos gringos algo mayores que tienen una casa en Lake Tahoe y pasan allí gran parte del año, sólo vienen de vez en cuando para ir a la ópera y resolver asuntos, pero incluso cuando están aquí apenas se les oye.
—Pues me gusta mucho tu casa.
—Bueno, gracias Manolita, pero ya sabes, si quieres venirte aquí en lugar de estar en el hotel sólo tienes que decírmelo, te doy una llave y listo.
—Pues puede que sí, dame un par de días para pensarlo…
—Lo que tú quieras mi hija…
Se reúnen en el sofá del salón hasta que el cansancio y el sueño comienza a aparecer. Lupe tiene que levantarse relativamente temprano porque al día siguiente vuela a Méjico en viaje de negocios. Despide a Tony y Manolita que se van andando hacia la calle Misión donde podrán encontrar un taxi con más facilidad.
—Pues es un gran cambio—apunta Manolita.—
—¿Un gran cambio?
—Sí, estar trabajando en una buena empresa y dejarlo para dedicarse a la música.
—Bueno, la música la llevo conmigo desde pequeño, como tú la inclinación por la pintura, pero el mundo de hoy es muy competitivo, somos muchos y tienes que abrirte camino por ti mismo, además aunque aspiremos a ser un nuevo Mozart o un Botticelli el genio sólo lo tienen algunos.
—En el Renacimiento podías buscar el abrigo de un Medici—sonríe Manolita.—
—Claro, de todos modos yo creo que las cosas son más fáciles hoy en día dentro de la dificultad, además estoy muy lejos de querer ser un virtuoso, me conformo con poder vivir de ello.
—Pero es difícil dejar un trabajo seguro.
—Es muy difícil, porque una vez instalado en él se pierde el coraje y se buscan excusas, primero la comodidad y tranquilidad, después los compromisos, la familia, los hijos y entonces ya es irreversible. Al final aquello que pensabas era tu horizonte, tu destino profesional se convierte en un pasatiempo y terminamos culpando a los demás, a la sociedad de lo que no hemos hecho porque no hemos tenido el coraje suficiente o a veces simplemente porque nunca hemos sabido lo que queríamos.
Manolita escucha a Tony caminando junto a él, los árboles se mecen con una ligera brisa que viene del mar, las farolas iluminan las calles que permanecen húmedas. Se quedan unos segundos en silencio oyendo solamente sus propios pasos.
—Nos entra miedo—reflexiona Manolita.—
—Sí, miedo. Todos tenemos miedo. Miedo a hacer lo que uno quiere. Miedo a encontrar lo que se quiere. Miedo al trabajo.
—Miedo a no tener dinero. Miedo a tenerlo. Miedo a gastarlo—continúa Manolita.—
—Sí, miedo a comer. Miedo a beber. Miedo a la salud. Miedo a la enfermedad…
—¡Miedo al futuro!
—¡Eso es!
Se paran y se miran. Se echan a reír.
—Bueno, pero tú y yo ahora no tenemos miedo, o sólo un poquito, y hacemos lo que queremos—afirma Manolita.
—De momento sí…
Llegan a la esquina y ven un taxi libre subir por Misión. Tony levanta la mano y el taxi se aproxima a la acera.
—Bueno, ha sido estupendo conocerte y charlar contigo.
—Sí Tony, un placer…
Se miran un instante y Manolita se aproxima a él y le besa en la mejilla, derecha e izquierda.
—¡Ah, sí! los españoles besáis dos veces.
—Eso es Tony, hasta mañana.
—Nos veremos pronto…
—Espero que sí…
Manolita se aleja en el taxi y volviéndose en el asiento puede ver a Tony parado en la esquina mirando en su dirección, cada vez más lejano, luego el taxi enfila otra calle y le pierde definitivamente de vista.
Pasa frente al ayuntamiento que resalta con su magnífica cúpula en oro, mira el reloj, no es muy tarde: las once y media pero las calles están desiertas de viandantes, sin embargo aún hay un ligero tráfico que no demora el taxi que llega enseguida a la puerta del hotel Fairmont donde Manolita después de pagar al taxista entra, recoge su llave y sube a la habitación donde se da cuenta que aún tiene la maleta sin deshacer.
Se desnuda, toma una ducha muy caliente y se enfunda el pijama, saca de la pequeña nevera una botella de agua y se sirve un vaso acercándose a mirar por la ventana. Las luces ambarinas del Golden Gate dibujan su estructura en la oscuridad pero la niebla que entra poco a poco desde su lado izquierdo va ocultándolo al tiempo que se dejan oír las sirenas.
Tengo que llamar a Gonzalo. Piensa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario