lunes, 13 de julio de 2009

18 - YO TIRO TUS TRAPOS Y TÚ LOS MÍOS Y VOLVEMOS A EMPEZAR.

—Ya nada es igual que antes.

—¿Es eso una queja?

—No, es una reflexión.

—Sí, es evidente que todo cambia, las cosas nunca permanecen estáticas para siempre.

—Y a mi me parece bien que cambien, toda mi vida ha sido una lucha por la renovación, por mantenerme al día y por que mejorasen las cosas. Pero muchos de los cambios que veo ahora no me parece que tengan demasiado sentido, yo creo que si las cosas están bien como están, la gente disfruta con ellas y se siente identificada ¿Porqué tiene que venir un cretino o varios cretinos a modificar algo que cumplía con su cometido?

—Dame un ejemplo Gonzalo.

—Pues no sé… me molesta que en un espacio abierto, frente al mar, donde siempre ha habido una hermosa vista de la costa, los acantilados y las olas rompiendo sobre las rocas haya ahora una monstruosa escultura de acero inoxidable tratando de remedar el esqueleto de una ballena, pongo por ejemplo…o que estés disfrutando de un parque cerca de tu casa y cada dos por tres te encuentres con una obra totalmente innecesaria, carteles, esculturas, plazoletas, caminos asfaltados…¿Para qué los caminos asfaltados con lo bien que se va por los de tierra?

— La respuesta es que los que nos dedicamos a la construcción también tenemos que vivir.

—Si, y los de los ayuntamientos justificar el presupuesto y poner el cazo.

—No te digo que no, es la servidumbre humana.

— No sé, me revelo ante este acoso continuo…mira, ahora van a quitar los chiringuitos de las playas ¿Qué mal hacen si eso es lo que gusta a la gente? Y para qué… pues para poner esas estúpidas cafeterías con tortillas de plástico, perritos calientes y porquerías incomestibles con una insufrible música de fondo machacando tus meninges.

—Pero tú nunca has ido a los chiringuitos porque dices que te agobia hacer cola para luego comer una paella pasada de sal o con el arroz crudo.

—Eso también es verdad… pues nada, diré lo que siempre se dice en estos casos, que estoy haciéndome viejo, no, que ya soy viejo y añoro el pasado en el que fui joven ¿Te gusta eso más?

— No, creo que tienes bastante razón en lo que dices y no se trata tanto de hacerse mayor como de conservar el espíritu crítico, la sociedad de hoy apechuga con todo, está inmersa en esa filosofía de lo políticamente correcto que les viene del bombardeo continuo de los medios de comunicación que se doblegan ante el gobierno que después de unos años de pubertad democrática alegre y desenfadada ha vuelto a las andadas de querer ser el padre, el ojo protector, el gurú espiritual, moral y material con poderes para indicarnos, o imponernos si pretendemos no hacerle caso, cómo debemos de ser, que preceptos tenemos que seguir, que reglas tenemos que acatar. Se supone que la sociedad moderna protege y da más facilidades a los ciudadanos pero en realidad enmascara un control cada vez más estrecho de los individuos.

—Sí, Federico, el caso es que cada vez puedes decidir menos cosas por ti mismo, mira, hasta tirar de la cadena del váter, antes usabas la mano para presionar la palanca del agua, ahora es automático y decide por si mismo cuando tiene que funcionar, aunque a veces sale el agua a destiempo y pasa lo que pasa.

—Y por otro lado estas pretendidas facilidades no ayudan a la presente generación, leía el otro día algo que comentaba un matrimonio frisando los cuarenta. Él decía: "Cuando piensas que a nuestra edad nuestros padres se construyeron una casa…" Ella responde cínicamente: "Ya, pero nosotros tenemos un iPhone y correo electrónico". Los miembros de la clase media entre los treinta y cuarenta años de edad creen que viven peor que sus padres y están casi seguros que sus hijos vivan aún peor. No tienen trabajo seguro, se acabó el pasar la vida en una única empresa, deberán formarse continuamente y en varias disciplinas diferentes para poder hacer frente a los despidos y los cambios bruscos en la economía si no son funcionarios y quieren seguir sobreviviendo. Y para sus hijos, si es que los tienen porque cada vez las parejas lo dejan para más adelante, el planteamiento global de la economía, la creciente población mundial, la mayor competición les hará la vida cada vez más difícil. La gente de esta generación trabaja sabiendo que su vida va a ser peor que la de sus padres y mejor que la de sus hijos. Es muy desmoralizador. Sobre todo porque tampoco parece que nuestra sociedad reaccione y se ponga a ampliar sus conocimientos informáticos, aprender idiomas, concentrarse en nuevas tecnologías y trabajos con futuro dejando un poco al lado la obsesión por el diploma, el certificado que poco o nada influye a la hora de encontrar trabajo porque todo el mundo ahora tiene uno de esos papeles.

—Sí, pero la gente joven dirá que si no tienes esos papeles estas todavía mucho más hundido porque es lo primero que exigen las empresas.

—¿Te acuerdas cuando empezaron con lo de los becarios? Se sacaron de la manga esa palabreja para pagarles una miseria y evitar tener que hacerles fijos en la empresa. Pues bien, ahora parece que la tendencia es que trabajen gratis y supongo que a no mucho tardar tendrán que pagar para que las empresas les permitan ser becarios y adquirir una formación para un futuro empleo.

—Y por otro lado tampoco la gente está dispuesta a cambiar de residencia, a salir incluso de su barrio, a irse a otra región como hacen por ejemplo en los Estados Unidos desde hace ya mucho tiempo.

—Y fíjate, lo último que he leído es que en Letonia, creo que es, te conceden préstamos dejando como garantía tu alma.

—¡Qué me dices Gonzalo! Eso me recuerda el mito de Fausto…

—Pues sí, pides un préstamos y dejas como garantía colateral tu alma inmortal. Y el caso es que dicen que mucha gente lo está haciendo.

—Y si al final no pagan ¿Qué pasa con el alma?

—Pues al parecer las entidades financieras dicen que no tomarán represalias, simplemente si no devuelven el dinero pues se condenarán, se perderá su alma…

—Vaya, supongo que no lo hará mucha gente.

—No creas, a la gente no le importa perder su alma, su libertad a la cual además se le suele temer, la gente no quiere ser libre, prefiere que un poder superior garantice su seguridad económica aunque sea a costa de su libertad, de su alma; con tal que un poder estatal, una organización internacional, una empresa le garantice un futuro, una vida sosegada.

—Pero eso es muy peligroso, ese poder se adueñará de las personas, es entrar en la servidumbre, la esclavitud, la venta de la libertad, la venta del alma…

—Pero ¿Acaso no lo ves a tu alrededor todos los días?

Gonzalo y Federico se quedan en silencio, están sentados sobre las escalinatas de la catedral de Santiago de Compostela, es aproximadamente el mediodía y la plaza del Obradoiro está llena de turistas, muchos internacionales, otros del Imserso que se animan unos a otros cumpliendo la máxima del Ministerio de Sanidad y Política Social de "Envejecimiento Activo" y hay naturalmente cientos de romeros de toda condición en grupos o en solitario que se hacen fotos, se extasían ante el Pórtico de la Gloria, o se sientan en un rincón de la plaza con el bordón a los pies y la vieira colgando del pecho, los ojos transidos por los días pasados en unas jornadas de reflexión en solitario, por una experiencia que sólo tiene sentido si es individual, cosa cada vez más difícil debido a los grandes grupos, peñas de toda jaez, coches de apoyo, bicicletas, caballos, motos, relevos de corredores, organizaciones de esto y lo otro, todos con la misma camiseta para que se les vea bien que forman piña y pertenecen a algún tipo de estabulación. Otros hacen una larga y paciente cola para recibir la Compostelana que acredita el haber completado el Camino, otro papelito más.

—Federico.

—Dime.

—¿Te acuerdas cuando hicimos el Camino de Santiago?

—Ya lo creo, el año siguiente de conocernos…

—No había un alma por ningún lado.

—No, quien iba a decir que se convertiría en algo tan enorme.

—¿Te acuerdas cuando recogimos aquellos perritos recién nacidos abandonados en el camino?

—Sí, los colocamos bien en Castrillo de los Polvazares.

—Me gustaría volver a hacer el Camino…

—Ya lo sé, llevas diez años diciéndomelo.

—Como siga así me pondré en los ochenta ¿Crees que podría hacerlo con ochenta tacos?

—Si te sientes bien, porqué no.

—Cuando lo hicimos tú y yo nos dieron de comer en el parador como peregrinos.

—Eran otros tiempos, ahora ya no pueden hacerlo, hay demasiada gente.

—Si vuelvo a hacer el Camino comeré en el Parador, bueno de hecho me voy a quedar esta noche en él.

—Gonzalo, te has venido a Santiago sin decírmelo, si no te llamo ni me hubiera enterado, ya sé que estás molesto conmigo por lo del piso y lo siento, vamos, te pido perdón.

—Ya no lo estoy, pero te has puesto a reformar toda esa planta sin decírmelo, creía que estábamos de acuerdo en dejarlo correr.

—Mira, no lo he hecho para llevarte la contraria o disgustarte, he tenido varias razones, una de ellas es que tengo contratado a un grupo de personas y hay poco trabajo, es un momento idóneo para que las emplee en esa reforma, además estoy seguro de que te va a gustar mucho cuando esté listo y vuelvo a decir lo mismo, si decidimos no vivir allí tampoco importa, estará preparado para ponerlo en el mercado.

—Tienes razón, al final siempre terminas convenciéndome, de todos modos tenía ganas de venir a Santiago y quiero dar unas vueltas y comprobar algunas obras de arte y ver a algún amigo anticuario además de tomarme unos churros con café por la mañana, que los hacen tan bien o mejor que en Madrid.

—Pues yo me tengo que volver a Orense en el autobús de las tres— mira el reloj— pero antes me gustaría que me invitases a unas tazas de lo turbio.

—Y un poco de pulpo…

—Así se habla.

Caminan despacio hacia las calles laterales que arrancan desde la Puerta de Platerías, van del brazo por el centro de la calle, los escaparates ofrecen una cascada de pequeños objetos de plata, cruces de Santiago, conchas, anillos, pendientes, peregrinos en miniatura mezclados con gaiteros y mozas bailando la Muñeira.

—Oye Gonzalo, soñé que estuve en tu entierro y no me gustó.

—¡Anda que listo! yo también soñé que estuve en el tuyo y tampoco me gustó.

—Entonces…yo tiro tus trapos y tu los míos…

—¡Y volvemos a empezar!

Gonzalo y Federico entran en una especie de sótano, un pequeño bar a la antigua, de los pocos que aún se conservan, sirven vino del Ribero y raciones de pulpo humeante que preparan encima del antiguo mostrador. Brindan con la primera taza.

—¿Sabes una cosa Federico? Deberíamos irnos a hacer un viaje, por ejemplo a la Antártida ¿Qué te parece?

—Oye, pues me gusta la idea, no nos faltaría hielo para el Bourbon…

—Lo digo en serio.

—Pues me parece muy bien, a ver los pollos.

—Eso, los pollos como tú dices, pero ojo, pollos con esmoquin.

—Salud.

—Salud.

Y levantan las tazas mientras una señora corta pan de una hogaza poniéndolo en un cestillo que coloca al lado de un plato de pulpo.

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