miércoles, 22 de julio de 2009

19 - "THE COLDEST WINTER I EVER SPENT WAS A SUMMER IN SAN FRANCISCO". MARK TWAIN.

—¿Y suben muy alto?

—Mucho duquesa, y no sólo eso sino que se desplazan a gran velocidad.

—El viento será muy fuerte a esa altura.

—No les empuja el viento, esas máquinas llevan unos motores que les impulsan.

—No entiendo muy bien lo que dices pero recuerdo haber visto estampas de los hermanos Montgolfier, incluso aquí también hemos visto subir al cielo esas bolsas esféricas de lino.

—En el tiempo en el que me ha tocado vivir a mí los viajes de muchas personas a la vez metidos en esas máquinas voladoras es algo muy común, es cosa de todos los días.

—¡Ah Manolita! Te creo porque tú me lo dices pero me parece tan fantástico, aunque nuestras vidas están llenas de ángeles y arcángeles e incluso los antiguos griegos tenían dioses que se desplazaban por el aire, pero todo eso de los antiguos era sólo mitología…y esas máquinas que tu dices te han llevado hasta la California… algunos amigos y parientes míos han estado allí pero después de viajes por mar muy peligrosos y muy largos.

—Si, y así ha sido hasta hace no mucho tiempo, pero el mundo ha cambiado y ya nada es como usted lo conoció, nada es igual, todo es muy distinto.

—Pues mira estoy y no estoy de acuerdo contigo, naturalmente tu vives en ese nuevo tiempo al que yo ya no tengo acceso y lo sabes mejor que yo pero intuyo que mientras que las cosas materiales, los edificios, la forma de desplazarse y todo lo demás cambia constantemente y no siempre para bien, las personas, vistan la moda que les lleve por el siglo, seguirán siendo las mismas por dentro ¿Me equivoco? Estoy convencida de que seguirán los ricos y los pobres, los validos, los logreros y oportunistas, los limpios de corazón y los que se arrastrarán por conseguir el poder, la fama, los honores que a la postre resultan tan tenues, fugaces y efímeros.

—En ese aspecto, duquesa, nada ha cambiado puede incluso que ahora sea peor, tiene usted toda la razón, seguimos siendo los mismos seres humanos rodeados de objetos nuevos, porque el poder ahora se sigue ejerciendo con violencia física y moral aunque en los lugares más civilizados se disfraze con la engañosa envoltura que pretende dejar la elección de los gobernantes en manos de la gente de la calle, un espejismo que les funciona muy bien a los poderosos de siempre y que adormece a la gente preocupada por su vida diaria que termina eligiendo siempre a los mismos que se perpetúan en el control del poder. Pero esta opción, duquesa, con ser mediocre es la única que funciona medianamente y por ahora no se conoce otra mejor.

—Qué puedo decir, creo que estamos las dos de acuerdo aunque nos separe ya un abismo de tiempo, ven, vamos adentro, voy a enseñarte Los Caprichos, aunque los días son soleados al atardecer siempre refresca, estaremos mejor sentadas en el salón y nos tomaremos una copita de jerez oloroso…Manolita ¿Te importaría decirme la edad que tienes?

—Claro que no duquesa, tengo treinta años.

—Hablas como una mujer de cincuenta o casi diría una anciana de sesenta.

—Eso es algo que también ha cambiado, no en todos los lugares, pero al menos sí en el mundo que usted y yo conocemos porque la mujer hoy es culta si quiere serlo y nadie puede impedírselo ¡Ah! Y a los sesenta años una mujer de mi tiempo no es una anciana sino alguien todavía en plenitud de facultades.

—¡Mira, eso me gusta! No creas, yo he conocido algunas así, pero poquitas, desgraciadamente muy poquitas…

El cansancio no ha dejado dormir bien a Manolita que ha estado dando vueltas en la cama toda la noche, cama por otro lado confortable de la que se ha bajado y subido varias veces durante las primeras horas del amanecer, volviendo a dormirse, despertándose y mirando a través del ventanal que ocupa dos lados de la habitación desde la que puede ver la tenue luz del faro de Alcatraz y una espesa niebla que cubre toda la vista hacia el Golden Gate, oyendo las sirenas de situación para los barcos que entran en la bahía y de vez en cuando las de la policía que patrulla las calles, o las ambulancias, o los bomberos. Con todo, piensa, parece una ciudad mucho más tranquila que New York. En la parte derecha una franja del distrito financiero que no está cubierta por la niebla deja ver los edificios de oficinas iluminados destacando entre ellos la singular torre de Transamérica convertida en uno de los símbolos de la ciudad.

Sobre las seis de la mañana se queda definitivamente dormida y no se despierta hasta más allá de las once y media por los suaves nudillos de la camarera que llama para hacer la habitación y Manolita recuerda entre las brumas del sueño que se olvidó de poner en la puerta la tarjeta de "No molestar". Mira su reloj de pulsera y se levanta dirigiéndose sin pensarlo a la ducha permaneciendo un buen rato bajo el chorro de agua caliente sin apenas abrir los ojos.

Otros nudillos en la puerta, esta vez con la voz de Lupe por delante le hacen ir a abrir, tras las cortinas medio descorridas la niebla continúa envolviendo los edificios en una luz intensa y gris, se oye el fuerte viento golpeando en los cristales.

—¡Buenos días señorita Madrid!

—Vaya, estaba tan cansada y dormida anoche que no te dije que me llaman Manolita.

—Sí, tu nombre es Manuela, lo tengo aquí en la correspondencia, me gusta, es un nombre clásico, una está ya harta de los nombrecitos en inglés o español con sus diminutivos cursis.

—Guadalupe es también muy serio, como tú dices…

—Lo es, y muy corriente, pero no me importa lo prefiero a las nuevas modas.

—Pues nada, Lupita y Manolita ¿Qué te parece?

— Órale, de perlas.

—Oye ¿Dónde está el sol de California? No veo mas que niebla y parece hacer frío.

—Afuera. En cuanto sales de la ciudad hace muy bueno y calor pero aquí en verano siempre se dice la famosa frase de Mark Twain.

—¿Qué frase?

—Dicen que Mark Twain pasó algún verano en San Francisco y que solía decir: " El invierno más frío de mi vida fue el verano que pasé en San Francisco"…o algo parecido…

—¡Ah! Me gusta, es gracioso.

—Voy a pedir que suban café, creo que te vendrá bien.

—Un cubo, que suban un cubo lleno.

—Mientras te vistes te contaré un poco todo este asunto de la restauración. Bueno, antes de todo y si a ti te parece bien hoy podemos dedicar el día a dar una vuelta por la ciudad para que te hagas una idea aunque la niebla no parece que vaya a levantar por lo menos hasta la tarde.

—Muy bien, lo que tu digas.

—Rosalino Sánchez con el que habéis intercambiado mensajes es mi padre, él trabaja para un empresario que se llama Desiderio Huerta, es algo así como su secretario, hombre de confianza, el señor Huerta tiene ya noventa y tres años y aunque su salud es buena no sale mucho, no se deja ver y pasa casi todo el tiempo en su finca de las montañas de Santa Cruz cerca de Los Gatos. A mi padre le pareció buena idea que yo me ocupase de todo lo referente a la restauración del cuadro incluyendo naturalmente el atenderte a ti y todo lo que necesites.

—¿Entonces tú trabajas para tu padre?

—Sí, parte de los negocios del señor Huerta tienen que ver con el sector de la alimentación incluyendo la importación de muchos productos mejicanos, yo me encargo de esas importaciones gracias a que estudié economía de mercado. Respondo también de los trabajadores, naves, transporte y todo lo que tiene que ver con el sector.

—Pues eres una mujer muy ocupada.

—Si, pero he aprendido a delegar, a repartir responsabilidades y no me va mal, me queda tiempo para otras cosas, como El Santo Niño de Atocha.

—¡Si, El Santo Niño de Atocha! Por eso estoy yo aquí…

Después de tomar varias tazas de café bajan al vestíbulo del hotel, cerca de la entrada está aparcado el coche de Lupe. Tuercen a la derecha por Clay atravesando Powell y Stockton en pleno corazón de Chinatown, las aceras llenas de turistas que contemplan los anuncios, los puestos de verduras, ropa, las carnicerías y pescaderías entre un público chino que regatea en las compras, se empuja y forma parte de otro tipo de sociedad que sin embargo es tan americana como cualquier barrio en el corazón del país.

Siguen bajando por Clay atravesando el Embarcadero Center hasta llegar al Ferry Building y torcer a la derecha para subir por la calle Market que divide la ciudad en una larga recta en la que se agrupan a izquierda y derecha muchos de los edificios más importantes y antiguos junto a la historia más representativa de la ciudad. Por ella han circulado en diferentes períodos de tiempo tranvías tirados por caballos, por cable, tranvías eléctricos, trolebuses, autobuses de gasoil. Es difícil imaginar que hubo un tiempo en que el trayecto de la calle era una marisma ocupada por grandes dunas de arena.

Luego tuerce a la izquierda entrando en la calle Mission donde el aspecto de la ciudad cambia rotundamente para entrar en un barrio latino y sobre todo mejicano.

—El cuadro que has venido a restaurar, si decides hacer el trabajo— comenta Lupe mirando a Manolita— está en una nave de las que tenemos en South San Francisco, espero que sea un buen sitio para trabajar, pero eso tendrás tú que decidirlo. En cuanto al precio puedo decirte que no vamos a regatear contigo, lo que tu con tu jefe decidáis será la última palabra, ni mi padre ni el señor Huerta tienen ningún interés en dedicarle ni un minuto al tema del dinero. Es un capricho personal del señor Huerta y eso es lo único que cuenta.

A izquierda y derecha de la calle Misión se alinean las tiendas de frutas y verduras, los restaurantes y taquerías mejicanos, hondureños, brasileños, los mercados de ropa, con sus vestidos de comunión y de boda que se exhiben en los escaparates. Las aceras se adornan de altas palmeras hasta donde alcanza la vista y una gran cantidad de gente pasea, va de compras y en la esquina de la veinticuatro un grupo de jubilados o parados o ambas cosas charlan y juegan al dominó sentados sobre unas cajas de plástico siguiendo la música caribeña que produce entre sonidos y ruidos de gravilla una casi irreconocible y desvencijada radio.

Lupita aparca en el primer hueco disponible y ambas caminan por la acera mezclándose entre la gente, casi nadie habla inglés y el español adquiere tonalidades diferentes, acentos más claros o más oscuros con predominio del mejicano.

—¿Te apetecen un par de tacos? Yo tengo bastante hambre ¿Te gusta la comida mejicana?

—Pues la he comido un par de veces y desde luego me gusta siempre que no esté muy picante.

—¡Ah, los españoles con el picante!

—Es verdad, en eso somos unos megapijos no aguantamos nada…

—Bueno, es cosa de costumbre, pero es verdad, los españoles no pueden con los picantes…mira vamos a quedarnos aquí, en El Farolito, vamos a ver…tienen burrito con arroz, fríjoles, tomate, cebolla, cilantro y salsa y el super burrito, o sea un burro más grande, que además de todo eso lleva sour cream, queso y avocado.

—¡Cuantas cosas!

—También tienes tacos…de carne asada, carnitas, chorizo, cabeza, pollo, lengua y vegetariano ¿Eres vegetariana?

—A veces, según me de, he sido vegetariana hasta cinco años seguidos.

—¡Qué dolor, Virgen de Guadalupe!...Mira, también tienes tostadas compuestas y de ceviche, tortas, nachos, quesadillas, menudo, birria…

—¿Birria? Eso es lo que debo parecer yo después de este viaje tan largo…

—Ja, ja, no te preocupes estás muy mona, como decís vosotros…la birria es un guiso de cordero en trozos o deshebrado, lleva guajillo y ancho chiles, ajo y cebolla, cominos, sal, laurel, tomillo, orégano y cilantro y naturalmente se come con tortillas de maíz.

—¡Pues suena muy bien! ¿Tú que vas a pedir?

—Pues un par de tacos de cabeza.

—Pues yo lo mismo pero de carne asada.

—Y pedimos unos totopos y un poco de guacamole.

—¿Qué son totopos?

— Chips, chips de maíz.

—¡Ah, si! Bueno, para ser el primer día estoy aprendiendo mucho…

La taquería está llena de gente que hace cola a la puerta para pedir cualquiera de las opciones que figuran en el tablón amarillo situado encima de la cocina donde cortan la carne asada humeante en tiras, preparan las salsas y hunden el cazo en los diferentes tipos de frijoles, en las mesas corridas con bancos comen codo con codo y los lugares que quedan vacíos se vuelven a ocupar por un público heterogéneo que habla inglés y español con algún otro idioma ocasional de los turistas que exploran el barrio.

—Pues esto está muy bueno…

—Está fresco, es abundante, barato y además divertido, Manolita…y…¿tú estás casada?

—No, no ¿Y tú?

—Yo tampoco, no tengo tiempo para eso…bueno perdona, es una forma chula de decirlo, la verdad es que por unas cosas o por otras no me duran las relaciones más allá de dos o tres semanas. Unos me parecen muy machos, puritito macho y no me interesan y los otros pues creo que les doy miedo. No sé…¿Y tú como te manejas?

—Pues parecido a lo que dices, en España los hombres sólo sienten pasión por el fútbol y los poquitos raros que se salen de esa norma pues, la verdad, no sé donde se meten.

—Órale, aquí lo mismo, el fútbol, béisbol, basket…pero mira, un día de estos te voy a presentar a uno de esos que no sabes donde se meten…

Después de comer Lupe lleva a Manolita hasta Twin Peaks desde donde contempla todo el centro de la ciudad algo velada por la niebla persistente, el viento es fuerte y frío y deciden volver al coche y aproximarse al mar por Ocean Beach, allí hay mucha más niebla y la arena fina de la playa invade la carretera; la visita turística a la naturaleza tiene que esperar a un mejor momento y se encaminan de nuevo al centro de San Francisco donde a estas horas de la tarde se sentirán arropadas por una multitud alegre de turistas, por el bullicio de las tiendas y las luces que ya comienzan a encenderse en toda la ciudad.

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