miércoles, 23 de septiembre de 2009

23 - PEREGRINOS.


Gonzalo abre los ojos y lo primero que ve es el dosel de la cama, ese baldaquino o palio que está ahora tan de moda en los paradores y que a los ojos del cliente representa el conjunto de buen gusto, poder económico y presumible nivel intelectual tan deficiente en los días que corren y sin embargo tan fácil de aparentar al menos superficialmente equilibrando pequeñas informaciones recogidas de revistas de moda, usos de famosos con cierto caché y palabras buscadas y rebuscadas por las cabezas parlantes de las variopintas tertulias de la televisión que con sus colorines seudo intelectuales inoculan a través de los ojos y las entendederas del pasivo mirón esa capa de Titanlux cultural que tanto se lleva desde las gradas de los padres de la patria a los veladores de muslos tostados en los paraísos del ladrillo mediterráneo con cañas de cerveza y gambas a la plancha.
Se dirige hacia la ventana que da directamente a la Plaza del Obradoiro, el día está mustio, como tiene que ser en Santiago donde sin embargo suele lucir el sol contraviniendo el espíritu romántico al que Gonzalo siempre se acoge en sus estancias en Galicia, no llueve pero está muy nublado y la piedra, los grandes bloques de granito de los edificios circundantes adheridos de líquenes y verdines se tornan más grises, con reflejos de humedad que parece que vinieran del interior de la piedra.
 Es todavía temprano, mira el reloj de pulsera: las siete y media, pero ya por la vacía plaza cruza un peregrino lentamente, dos, tres, un pequeño grupo a los que sigue un perrillo zigzagueando de aquí para allá. Son los primeros que se han levantado al alba, seguramente inquietos en su última noche en Lavacolla, sabedores de que ya han cumplido prácticamente el camino, alegres y tristes porque la aventura física y espiritual se acaba, que no han podido esperar más, han recogido sus cosas por última vez y se han echado al camino con premura para llegar a su destino y abrazar al santo.
Gonzalo se prepara sin prisa, baja a la magnífica recepción del hotel saboreando los pasillos alfombrados, los cuadros y muebles, los arcos de piedra abiertos a la luz de los patios, los artesonados de nobles maderas, poligonales y cóncavos. Todo es arte y belleza en este parador de líneas góticas, renacentistas y barrocas que construyeran los Reyes Católicos como hospital de peregrinos.
Cruza la Plaza del Obradoiro y por Platerías baja entre los viejos soportales, las manos en los bolsillos recordando que solo ayer caminaba del brazo con Federico pisando esas mismas piedras. Entra en una cafetería y pide café y churros sentándose en una mesita al lado de la ventana, la barra está animada con peregrinos que comen grandes trozos de tortilla española y cañas de cerveza, hablan con voces vigorosas y tono entusiasmado del camino, de las anécdotas, otros escuchan y no dicen nada, sonríen levemente. Gonzalo los mira con nostalgia y no puede reprimir que un oleaje remansado de su ya pasada juventud aflore a la superficie recordándole que su camino, el de la vida, está ya muy avanzado y que atrás ha quedado una estela ya desaparecida que solo existe en sus recuerdos.
Termina de desayunar y baja por una de las calles hasta topar con la tienda de antigüedades de su amigo Acuña, viejo amigo con una historia parecida a la suya y que conoció en El Rastro muchas décadas atrás donde tenía también un chamizo de quincalla y que en los años ochenta decidió volver a su tierra y tomárselo con calma aunque la inercia de una región muy rica en historia y por ende en objetos de arte le hizo peregrinar no solo por las provincias gallegas sino más allá adentrándose incluso en Portugal y desde luego llegándose a Castilla.
Gonzalo saluda con efusión a su amigo al que encuentra leyendo el periódico sentado en un escritorio con un guardapolvos azul y una boina negra. Aparenta  más edad que él pero sus ojos brillan aún con ilusión y salta de la silla al verle entrar por la puerta.
—¡Qué sorpresa, Gonzalito! — sonríe abrazándole.—
—¡Te veo muy bien, veo que sigues con la boina de toda la vida, debéis ser cuatro en toda España!
—De toda la vida no, esta es una nueva, de hace un par de años, seguramente me enterrarán con ella… a mi lo de las modas me da igual, yo sigo con la boina, como mi padre, como mi abuelo…
—Ya debes de andar por los ochenta…
—Ochenta y tres largos…pero ya sabes ¡Bicho malo, nunca muere! ¿Y tú?
—Yo soy un crío Acuña, solo setenta y seis, casi, casi setenta y siete. ¿Y como te va?
—Bueno, hace un par de años murió mi mujer, fue rápido, algo inesperado, yo siempre pensé que me moriría antes que ella, pero eso no se puede predecir…
—Lo siento de veras…
—Sí, los chicos ya sabes que viven en Madrid, me llaman de vez en cuando y al menos una vez en verano o para las Navidades se descuelgan para que vea a los nietos, ya tengo cinco…el resto del tiempo estoy aquí, en la tienda, ya sabes que tengo la vivienda arriba, tú me ayudaste a encontrar esta casa.
—Hace casi treinta años…
—Sí, treinta años…pero te digo, no me quejo, me falta mi mujer, eso lo llevo mal, pero por lo demás aquí estoy bien, este es mi mundo y todavía me topo de vez en cuando con gente interesante, paseo mucho, me gusta observar a los peregrinos, me voy a la Catedral a ver subir y bajar el botafumeiro y ver las caras de los japoneses que entran en éxtasis con estas cosas…oye… y tú sigues con Federico…
—Si, seguimos juntos, aunque paso mucho tiempo en Madrid…
La tienda acumula la estela de las cosas que no se pueden llevar a la otra vida, que son todas, el fárrago de objetos de dudoso valor, planchas, candiles, lámparas, potes, instrumentos de labranza y enseres de una existencia cotidiana que fue y ya no es, arrinconados por otros cacharros que han inundado las casas con su pretendido valor utilitario y han elevado al rango de decoración a los dejados por inservibles pero que aportan pingües beneficios; entre todo este amasijo hay joyas escondidas que Acuña atesora con mimo y marca un nivel muy superior.
—Pero quiero que sepas que lo que ves en mi tienda está catalogado y adquirido en subastas oficiales, o comprado a propietarios que pueden justificar su procedencia — puntualiza Acuña.—
 En esta otra escala de antigüedades hay todo un resto de diferentes naufragios de edificios abandonados en pueblos dejados a su suerte, poblaciones con pocos vecinos en los que un simple candado guarda el portal de ermitas e iglesias sin control ninguno y donde gentes sin escrúpulos cargan con todos los objetos valiosos, donde el patrimonio se echa a perder porque no hay manos que lo cuiden.
—El expolio es enorme— explica Acuña — bueno, lo fue porque ya casi no queda nada, primero se llevaron los altares, los cuadros, las imágenes, luego sillas, bancos, confesionarios después lápidas, artesonados, vigas, hasta arrancaron frescos de las paredes…
—Pero hay cuerpos de funcionarios dedicados a la conservación, a los museos…
—Sí, pero o bien porque no son suficientes, o el patrimonio es inabarcable, o se dedican a hacer política, el caso es que no tienes más que irte de pueblo en pueblo para comprobar la realidad de las cosas…recuerdo que hace unos cinco años entré en una iglesia abandonada en una de las márgenes del Canal de Castilla, habían puesto tablas para tapar los huecos de las paredes que se desmoronaban, entré a la nave de la iglesia en donde todo había sido arrancado, un espectáculo patético, las tumbas situadas en el suelo cerca del altar habían sido abiertas y por el suelo desperdigados cráneos y huesos de los difuntos, y esto que vi no forma parte de una de esas fotos de la Guerra Civil sino de un día cualquiera del año dos mil uno o dos mil dos.
Mientras hablan Acuña ha sacado de una habitación contigua una imagen que coloca con cuidado encima del escritorio. Se trata de una Virgen con el Niño en madera policromada, sentada sobre un trono, lleva una túnica sobre el vestido, corona sencilla en la cabeza y sonríe sosteniendo al niño con el brazo izquierdo sentado sobre la rodilla, el niño tiene un librito cerrado en la mano izquierda y bendice con la derecha.
—¿Qué te parece, Gonzalo?
—Una imagen muy bella, ya sabes que tengo debilidad por estas vírgenes románicas o góticas.
—Bueno, tengo buen ojo para estas cosas pero no he dejado nunca de ser un chamarilero autodidacta…dame tu opinión…
—Pues…en principio coincidirás conmigo en que las vírgenes románicas son sedentes, ocupan una silla con escabel, o un trono como rasgo característico y que a partir del siglo XIII comienzan a presentarse erguidas, la postura suele ser solemne, mayestática, hierática que luego se suavizan en las imágenes góticas. La relación con el niño es muy significativa, en las primeras no hay una relación madre - niño sino madre - Dios, el niño ocupa el centro del trono. En la evolución hacia el gótico el niño se desplaza lateralmente sobre sus rodillas, el alejamiento del centro refleja el acercamiento a la madre que o bien le sujeta por el codo, o el hombro o la cintura, en una composición mucho menos rígida. Le abraza, educa o juega con él.
La moda aunque no cambia mucho en esos siglos es también importante, la talla de los pliegues de la ropa, el velo, al principio sin mostrar el cabello, la túnica cerrada en círculo sobre el cuello sin los adornos posteriores. La corona como símbolo de realeza es muy sencilla al principio, a veces como una simple diadema, el cetro real, la esfera de la mano derecha que se suele interpretar a veces como la manzana de Eva. El niño suele llevar también una esfera como signo de poder o un libro que abierto se interpreta como libro de la vida, otras veces está cerrado y algunos lo consideran como el libro de los siete sellos del Apocalipsis.
—Pues por lo que dices esta imagen parece tener un poco de mezcla de románico y gótico.
—Coincido contigo, posiblemente esté en la transición del siglo XII al XIII pero todo esto que hablamos es en la suposición de que fuese genuina, hoy no te puedes fiar con un simple vistazo, tendrías que someterla a un estudio serio.
—Quién mejor que tú ¿Te parece que os la mande al taller de Madrid?
—Pues mira, estoy pensando que para evitar riesgos en el transporte, que te parece si busco un hueco para acercarme con Alicia o Cosme, una limpieza tampoco le vendría mal.
—Esa sería una buena excusa para seguir poniéndonos al día ¿Ya no está esa chica…Manolita con vosotros?
—Sí, no la dejaría escapar por nada del mundo, está en California restaurando un cuadro. A ella le gustan aquellas tierras, y es una buena oportunidad para que se de un paseo por allí…oye Acuña, son las doce menos cuarto, a las doce hay misa en la catedral y me gustaría ir.
—Pues me voy contigo, hoy además hay botafumeiro— sonríe quitándose la bata y devolviendo la imagen a la habitación interior.
Entran en la catedral por la Plaza de las Platerías y encuentran un hueco para sentarse al lado del crucero de donde pende el inmenso incensario. La iglesia está llena de fieles y sobre todo peregrinos que ocupan la mayor parte de los bancos, por la zona de la girola deambulan turistas y más peregrinos muchos de ellos con mochilas y bordones.
Gonzalo vuelve la mirada hacia alguno de ellos que tratan de abarcar y fijar todo lo que inunda sus ojos sabedores de que han cumplido con el camino, que están por fin tras duras jornadas en el destino con el que han soñado desde el primer día. Las caras de muchos de ellos mostrando el cansancio, la intemperie, reflejando ese toque mágico que les hace ser especiales, que les diferencia del resto de los mortales, una experiencia breve, efímera que están viviendo fugazmente y en unos días desaparecerá para reintegrarlos a la maquinaria social de los días y las horas, a la esclavitud material e intelectual del engranaje de las acciones cotidianas.
Mientras el botafumeiro va y viene a lo largo del transepto subiendo cada vez más alto con los tirones que fuerzan en la soga los ocho tiraboleiros, por la mente de muchos peregrinos pasan ya en el recuerdo los lugares marcados en el siglo XII por Aymeric Picaud en el Códex Calixtinus o"Liber Sancti Iacobi".
"Roncesvalles, Viscarret, Larrasoaña, Pamplona, Puente la Reina, Estella, fértil en buen pan y excelente vino y abastecida de todo tipo de bienes. Los Arcos, Logroño, Villarroya, la ciudad de Nájera, Santo Domingo, Redecilla, Belorado, Villafranca - Montes de Oca, Atapuerca, la ciudad de Burgos, Tardajos, Hornillos, Castrogeriz, el puente de Itero, Frómista y Carrión, villa próspera y excelente, abundante en pan, vino y carne.
Sahagún, pródigo en todo tipo de bienes, donde se encuentra el prado donde, se dice, que antaño reverdecieron las astas fulgurantes que los guerreros victoriosos habían hincado en tierra, para gloria del Señor.
Viene luego Mansilla, después León, ciudad sede de la corte real, luego Orbigo, la ciudad de Astorga, Rabanal, por sobrenombre "Cativo", luego el puerto del monte Irago, Molinaseca, Ponferrada, Cacabelos, después Villafranca, en la embocadura del río Valcarce, y Castrosarracín, luego Villaus, después el puerto del monte Cebrero y en su cima el hospital, luego Linares de Rey y Triacastela, en la falda del mismo monte, ya en Galicia, lugar donde los peregrinos cogen una piedra y la llevan hasta Castañeda para obtener cal destinada a las obras de la basílica del Apóstol.
Vienen luego San Miguel, Barbadelo, Puertomarín, Sala de la Reina, Palas de Rey, Lebureiro, Santiago de Boente, Castañeda, Villanova, Ferreiros y a continuación Compostela, la excelsa ciudad del Apóstol, repleta de todo tipo de encantos, la ciudad que custodia los restos mortales de Santiago, motivo por el que está considerada como la más dichosa y excelsa de las ciudades de España".
Termina la ceremonia y Gonzalo y Acuña deshacen el camino de ida para entrar en un bar a tomar un par de vinos de Rivero en taza.
—Oye, te invito a comer, tu elige el restaurante— propone Gonzalo.—
—Pues mira, mejor te invito yo, en casa, tengo preparados unos garbanzos con espinacas y calamares en su tinta, ya sabes que a mi también me gusta cocinar.
—Hecho, me gusta el menú, así podremos hablar con más tranquilidad.

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