viernes, 6 de agosto de 2010

29 - BODA.

Silvia y Manuel

Tenemos el gusto de comunicaros nuestro próximo enlace…

—¿Qué te parece para las tarjetas de boda?

—Pues no sé…

—Que tal este otro: Silvia y Manuel. Nuestro destino estaba escrito, no podíamos acabar de otra forma…¡Nos casamos!

—No sé yo…además me llamo Manolo, no Manuel…

—Te llamas Manuel, hijo, no vas a poner Manolo en una tarjeta de boda…suena muy cutre.

—¡Anda, aquí la fina!...

—A ver este otro: Vidas paralelas, edades semejantes, inquietudes y de pronto…¡El flechazo!...

—¡Bueno!

—O este otro: Nos ha dado muy fuerte, nos casamos…

—Te habrá dado fuerte a ti…

—Mira rico, lo elegiré yo porque tú no me ayudas nada…

Manolo se casa. Sí, me caso —piensa para sus adentros sin creérselo ni estar realmente convencido— Pero de todas formas tampoco le parece mal, Silvia le llena las horas, le ha sacado de su habitación y le hace sentir más independiente, más hombre, la vida de casado no debe de estar mal — piensa— es el tránsito lo que le molesta, el tener que pasar por tantos preparativos, que a él le importan un pimiento, cosa que ha notado enseguida Silvia recomendándole que siga con su vida y le deje a ella montarlo todo con sus amigas que parecen tan entusiasmadas como si cada una de ellas fuera la que estuviera a punto de casarse.

Esta tan absorbida que no tiene tiempo para nada, después del trabajo se va con las amigas para hacer planes y tampoco la ve los fines de semana que los dedica a “ atar cabos “ como ella dice. De hecho no ha vuelto a tener un momento íntimo con ella en más de un mes y se excusa diciendo que está muy nerviosa y que ya tendrán tiempo después de la boda para esas cosas.

Manolo se acoda algo somnoliento en la barra del Fortuny mientras contempla el café con leche que acaban de ponerle delante. Últimamente no pide porras.

—¡No me come nada Manolo! ¡Le noto muy desganao!—Comenta con jocosidad el camarero—¡Debe de ser por lo de la boda! ¡Pero no se preocupe! ¡Bienvenido al club! ¡Ya me ve a mí, media vida ahorcao y aquí me tiene, tan pichi, en el fondo no es tan malo como lo pintan!

—Ya, ya—sonríe Manolo asintiendo con la cabeza—

—Ande, tómese el cafelito y verá como se siente más entonao!

—Manolo le hace caso y se lleva la taza a los labios bebiendo a pequeños sorbitos. No hay nadie en el bar, ni siquiera han llegado Silvia y Esperanza. Manolo levanta los ojos hacia el televisor que como todas las mañanas pasea por la pantalla las caras de un gobierno que ha conseguido consolidar los cuatro millones y medio de parados que sin duda llegarán a cinco a fuerza de no hacer nada para remediarlo, negar la crisis, derrochar el dinero en prebendas y subvenciones a los amiguetes y seguir viviendo con el coche oficial de lujo a la puerta. Corrupción hasta la náusea que el ciudadano vive con indolencia, mutismo y en muchos casos la ensoñación de que algún azar del destino le pueda hacer partícipe de un pellizco del botín.

En cualquier caso el tráfico sigue imposible, hay tiros para encontrar unas entradas para el teatro, los campos de fútbol están a rebosar y crisis o no crisis, derrumbe de la constitución y del país o no derrumbe, el verano está aquí y el cartel de cerrado por vacaciones preside muchos establecimientos pero sobre todo las mentes de ciudadanos de toda índole incluyendo a los políticos del gobierno y la oposición a los que las circunstancias del país que sigue de cerca la bancarrota de Grecia y parece tener todas las papeletas para ser el siguiente en sufrirla, no les va a persuadir de quedarse a trabajar para salvar algo de la debacle económica y general y ya han hecho las maletas y se han puesto las bermudas porque al final, como decía Marisol, la vida es una tómbola de luz y de color, así que no hay que preocuparse mucho, en todo caso, que se preocupen otros.

—Venga, échese unas porritas al coleto—le coloca un plato Juli, el camarero, delante de los ojos, calientes y apetecibles— como decía aquél: “ las penas con pan son menos “ y lo suyo, Manolo, no es pena que es alegría ¡Hombre!

Manolo musita unas gracias poco audibles entre la confusión de ruidos que produce el televisor y moja y se lleva a la boca una porra con lentitud bajo la mirada sonriente del camarero.

¿Cómo he llegado a esto del casorio? Si ni en sueños lo había anticipado—piensa mientras engulle porra tras porra— en realidad él nunca dijo nada, ni siquiera lo había insinuado, estaba feliz y tranquilo y concentrado en estar dentro de ella siempre que hubiese ocasión. Pero fue una tarde paseando por el centro, porque Silvia decía que no todo iba a ser triqui-triqui y que era muy romántico ir de su brazo por las calles de Madrid. El caso es que se paró en el escaparate de una joyería alabando las alianzas en oro blanco y amarillo, las pulseras y los anillos. Silvia se volvió a Manolo y le miró a los ojos sin pestañear con aquella mirada que le derretía en la cama y le hacia perderse en el fondo del mundo irreal y fantástico que viviera tantas veces con la Playstation.

—Bueno Manolo—dijo— ¿Qué te parece ese anillo de compromiso tan mono ahí en el centro?

—¿Dónde?

—Ahí, en el centro del escaparate—indicó haciendo un mohín.

A la media hora salían de la tienda, Silvia encantada con su anillo y besando a Manolo sin parar.

—Yo también tengo algo para ti—se paró Silvia metiendo la mano en el bolso.

Manolo terminó la última porra y miró la hora en el reloj, aún temprano para la oficina.

—¡Vaya peluco don Manolo!—se admiró Juli—.

—Regalo de Silvia…

—¡Es usted un afortunado Manolo y vaya chica que se lleva!

—Gracias, Juli. Oye, ponme otro café, por favor.

A partir de aquél día todo había cambiado, se había abierto una especie de campo de batalla en el que Silvia dirigía con mano de hierro todas las operaciones secundada por las amigas que estaban día y noche a sus órdenes. Ella decía que no podrían casarse antes de seis meses porque era el tiempo que necesitaba para toda la planificación. Él, que ni pinchaba ni cortaba en todo ello seguía pensando que no recordaba haber hablado de boda en ningún momento y buscaba la manera de decírselo pero no sabía como hacerlo, además ni siquiera estaba seguro de no querer casarse. Se encontraba más perdido que un pulpo en un garaje.

Silvia le había hablado un poco por encima de la estrategia a seguir: Lugar y fecha de la ceremonia, cálculo de los invitados y del presupuesto, elegir el lugar donde celebrar el banquete, contratar al fotógrafo, inscribirse en los cursos prematrimoniales…¿En qué cursos prematrimoniales—abrió los ojos como platos Manolo—¿Eso que es?...tú calla y déjame a mí, Manolín, y no te preocupes por nada…elegir las alianzas y grabarlas, escoger el viaje de novios, el vestido de la novia y del novio y organizar las pruebas, escoger el menú y la tarta, preparar la lista de bodas y las invitaciones, elegir el ramo de flores, ocuparse de los tratamientos faciales, masajes, peluquería, maquillaje para la novia, manicura, depilación, más masajes, confirmación del viaje, maletas, documentos, pasaportes…Manolo estuvo en un tris de encerrarse en su habitación, bajar la persiana y poner la Playstation a tope pero tuvo la presencia de ánimo de no hacerlo y en el fondo se sintió bien, como si hubiera ganado una batalla personal.

Trabajar era lo que más le reconfortaba en estos tiempos de incertidumbre. Ya en la oficina, no levantaba la cabeza del ordenador y del teléfono y la necesidad de exteriorizar sus nervios y tensión le había llevado a buscar más clientes, ser más creativo y colocar más vino que ninguno de sus compañeros. Don Tomás lo había notado y le llamó al despacho.

—Siéntese Manolo ¿Un cigarrito?

—No gracias don Tomás, no fumo.

—Muy bien, muy bien, ustedes los jóvenes nos dan un buen ejemplo a los carcamales que no podemos quitarnos del vicio…Bueno, veo que sus ventas aumentan como la espuma…

—Gracias don Tomás…

—Siento que al final, con la crisis tan profunda que padecemos y vamos a padecer durante mucho tiempo la junta de socios decidiera no poner en marcha el proyecto de los Estados Unidos. Yo le había dado muchas esperanzas…

—No se preocupe, don Tomás, en realidad, si le soy sincero, tampoco tenía muchas ganas de irme fuera…

—Le comprendo, mejor que en casa en ningún sitio, nuestro jamoncito, nuestras paellitas…

—Sí, don Tomás.

—Tampoco por ahí atan los perros con longaniza…

—Desde luego que no don Tomás.

—Curiosamente, Manolo, con la crisis estamos vendiendo más vino que nunca, será que la gente bebe para olvidar, o que de perdidos al río pero nuestras ventas suben como la espuma. Así que, Manolo, veo que usted está engordando la cartera de clientes a buen ritmo y le doy la enhorabuena.

—Gracias don Tomás.

—Pero de enhorabuenas no se vive así que le vamos a dar un aumento considerable que se reflejará ya en la paga de este mes y como sé que pronto va a casarse con Silvia, que también es una empleada excepcional, lo he llevado a la junta que les va a hacer un buen regalo de bodas. Y desde luego mis felicitaciones aunque ya se las daré a los dos juntos en su momento.

—Gracias de nuevo don Tomás.

—Y por cierto y aunque me meta donde no me llaman ¿Tiene usted una buena financiación para los gastos de la boda?

—Pues precisamente le quería pedir consejo porque Silvia ya me ha dicho que tenemos que pedir un préstamo a la Caja porque los gastos no bajarán de treinta mil euros…

—Cincuenta, pida usted cincuenta, luego le voy a extender una nota para recomendarle a un buen amigo de la Caja y estoy seguro que le atenderá al momento a pesar de los malos tiempos porque, créame, no hay dinero, no hay hipotecas, no hay préstamos, pero según y como, siempre hay amigos y puertas que se abren. Manolo, le felicito, se casa y se endeuda con un préstamo, eso indica que ha entrado usted en la edad de la razón. Ya es un ciudadano comprometido, de pleno derecho, un engranaje más del sistema en el que vivimos. El hombre hoy tiene que estar endeudado para ser rentable a la sociedad, tener tarjetas de crédito, vivir por encima de sus posibilidades, aceptar los retos de la sociedad capitalista de la que todos nos guste más o nos guste menos formamos parte. De nuevo mis felicitaciones.

—Gracias don Tomás.

Al pie del altar enfundado en un terno que le sienta como un guante, Manolo, junto a su mejor amigo, tiene fija la mirada en el pasillo central de la iglesia por la que desde el fondo comienzan a caminar las damas de honor guiando a dos damitas que hunden sus manitas en cestitos llenos de pétalos de rosa que van esparciendo a lo largo de la alfombra roja. En su vista periférica un borrón de invitados se agolpan en los bancos volviendo las cabezas hacia la puerta principal por donde aparece la novia acompañada de su padre entre los compases de un cuarteto de cuerda que toca una pieza de Vivaldi. Ha llegado el día.

La novia se acerca a Manolo sonriente, está preciosa, luciendo su amplio escote y sus hombros torneados y morenos. A Manolo le tiemblan un poco las piernas y de nuevo le vienen unas irresistibles ganas de salir corriendo. Tienes que controlarte Manolo—se dice— y comienza a pensar en Tarifa y en las olas, en los golpes del viento y la fuerza del mar y poco a poco nota que la tensión disminuye quedándose más apaciguado.

A partir de ahí todo se desliza en una sucesión de imágenes de parabienes, saludos, firmas, fotos, besos, abrazos, lloros de las madres, más besos, más abrazos y salida en volandas hacia el hotel en un Audi con chofer uniformado, que los amigos han embadurnado con pintadas jocosas del evento, para ir a hacerse las fotos y luego presidir el banquete nupcial después de que los invitados hayan tomado el aperitivo.

El vino lo ha proporcionado don Tomás con largueza mandando editar a la Cooperativa una etiqueta especial para la boda con sus nombres y fecha, todo un detalle que es acogido entre aplausos por los comensales. La madre de Manolo se suena los mocos entre langostino y langostino todavía incrédula de la progresión de su hijo desde la habitación friki y la playstation, compañera inseparable, a estar sentado presidiendo la boda con su mujer recién estrenados los dos al matrimonio y piensa en voz alta:

—¡Ah, es que el amor lo puede todo! ¡ A todo cerdo le llega su Chamartín!

—Mujer—le mira recriminatorio su marido—lo que dices del cerdo no aplica a la boda de tu hijo, además—enfatiza—la frase es: A todo cerdo le llega su San Martín, no Chamartín…

—¡Ah! ¡Déjame en paz! ¡Yo ya me entiendo! ¡Quiero disfrutar la boda sin que me des la carga!

Y se vuelve a sonar los mocos.

Durante el filete de Ávila y sobre todo a los postres el nivel de decibelios sobrepasa con mucho lo normal y la gente habla a gritos habiendo ya perdido la compostura inicial a fuerza de trasegar vino, que por cierto, alternan ahora con copas de anís y coñac. No se sabe cómo las bragas de la novia han aparecido en alguna mesa donde se ha dividido en trocitos que se venden al mejor postor, lo mismo con la corbata del novio que, sin embargo, se niega rotundamente a entregar los calzoncillos. Después de partir la tarta y brindar varias veces al grito de ¡Viva los novios! Y ¡Que se besen, que se besen! Arranca por fin el vals y los novios hacen lo que pueden tambaleándose en el centro de la pista, pronto son rodeados por el resto de los amigos y comienza el tachún-tachún.

Y llega el momento de lanzar el ramo de flores, Silvia hace varios amagos ante el grupo femenino en el que se encuentra Maribí y Esperanza, lo levanta una vez más, tropieza y el ramo sale por los aires entre los gritos de las chicas que levantan los brazos al aire, el ramo da varias vueltas y va a caer en las manos de Esperanza que lo aprieta en el corazón. Lógico, ella al menos ha compartido con Silvia a su marido en una loca noche de copas.

Después de una hora de despedidas salen por fin en el coche nupcial para hacer una breve parada en casa de los padres de Silvia donde desprenderse de los trajes de boda. A continuación vuelven al coche que les lleva a un hotel al lado del aeropuerto de Barajas donde pasarán la noche de bodas para partir por la mañana hacia Los Ángeles en viaje de novios. La previsión de Silvia ha hecho que las maletas estén ya en la habitación por lo que no tienen que preocuparse por el equipaje.

Manolo se empeña en cruzar la puerta del hotel con Silvia en brazos que se niega sin oponerse demasiado, las copas y el cansancio han drenado sus fuerzas y Manolo no es capaz de moverla un milímetro del suelo. Entre risas cruzan el vestíbulo adentrándose en los largos pasillos de ese hotel de dimensiones ciclópeas que recuerda los edificios oficiales de la Rusia comunista.

La habitación es confortable y preparada con ramos de flores y cestas de frutas, Silvia apenas usa el baño cae boca abajo sobre la cama y se queda dormida como un leño. Manolo la observa entre los vapores del cansancio y la somnolencia del alcohol ingerido mientras lucha por quitarse los calcetines. Se sienta en la taza del vater, hace cinco horas que no ha ido al baño y bendice ese momento.

No sabe cuanto tiempo ha estado dormido sentado en la taza, se levanta con esfuerzo y se acerca a la cama donde Silvia ronca desaforadamente. Manolo le echa una manta fina por encima y se tumba al otro lado tratando de no hacer ruido. Cierra los ojos pero dentro de su cabeza las imágenes del día se mezclan y agitan como un barreño flotando en altamar. Le vienen oleadas de náuseas que trata de reprimir. De vez en cuando rugen los motores de algún vuelo que pasa por la azotea del edificio. Se queda dormido.

Desde el cuatro por cuatro ya contempla en todo su esplendor el Estrecho. Veinte minutos más y estará en Tarifa. El levante está fuerte, como casi siempre, y la tabla volará apenas rozando la superficie azul, como el vuelo de los pelícanos que en formación se desplazan a escasos milímetros del agua. Tiene tres horas por delante de mar acariciándole, envolviéndole, alejándole, sintiendo la fricción en el agua, las gotas y el viento en la cara, limpio de pensamientos. Solo.

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