jueves, 18 de noviembre de 2010

33 – ESA PAREJA FELIZ.

Tras el viaje de novios a Los Ángeles, Silvia y Manolo regresaron a Madrid, trajeron buenos recuerdos de la vida superficial americana para turistas, la contemplación de un par de magníficos parques de sequoias y la salida por las aguas cercanas del Pacífico donde pudieron tomar fotos impresionantes de bancos de delfines desde el catamarán en el que iban dando saltos sobre las olas disfrutando del afamado sol de California.

Ni que decir tiene que les entusiasmó Disneylandia y a Manolo en especial el viaje por el mundo de los piratas con sus cañonazos, combates a espada y asalto a las casas de las orillas en persecución y rapto de las mujeres disponibles, tarea obligada de todo pirata que se precie.

De vuelta a España bajan ahora a la oficina juntos en el coche, Manolo soportando los atascos de la Plaza de Castilla mientras Silvia aprovecha el viaje para ponerse las diferentes capas de potingues ayudada por el espejito de la visera del automóvil.

Mientras, Manolo se pone al día sobre las noticias del país que para no variar siguen siendo las mismas de siempre, un paro estratosférico, un gobierno en el que ya no creen ni siquiera sus más fieles seguidores, que ocupa el tiempo en resucitar las viejas rencillas entre españoles con la ya pasada y casi olvidada Guerra Civil, el control de la educación, la imposición de un pensamiento único, el enfrentamiento entre las diferentes regiones creando agravios comparativos, la falta de libertades elementales como es no poder estudiar el idioma oficial español en todo el territorio nacional y la carencia de soluciones para los problemas económicos. Una casta política de dictadorzuelos rodeados de prebendas, subvenciones y derroche que tienen como único objetivo el de perpetuarse en el poder.

Pero todo esto Manolo ya lo ha digerido y se ha dado cuenta como muchos otros de sus conciudadanos de que vive en un país con momentos de lucidez en los que puede sorprender al mundo seguido de etapas de estancamiento y decadencia que resultan casi eternas y son la forma natural de la vida en estas tierras corroborado por su propia historia que lo ilustra palpablemente.

Así que él procura centrarse en sus cosas personales al igual que hacen sus amigos y dejarse de politiqueos de los que además no entiende ni nunca le han gustado.

Siguen recalando en el Fortuny donde Silvia se reencuentra con sus compañeras de trabajo y Manolo se separa a una esquina para tomarse su café con tranquilidad y echar un vistazo al estado del parque futbolístico que le oriente en la confección de la próxima quiniela.

Así, en la rutina y el placer de los días ha ido pasando el tiempo y produciéndose cambios y ajustes por las dos partes. Manolo trató al principio de llevarse a Silvia a Tarifa cosa que hizo en un par de ocasiones, en la primera Silvia estaba divertida y alegre y aguantó en la playa el levante que salpicaba la fina arena contra su cara viendo a Manolo deslizarse sobre las aguas picadas del estrecho. Y es que a pesar de la insistencia de Manolo decidió que aquello de la vela y el traje de neopreno no estaba hecho para ella.

En la segunda bajada las cosas se tensaron un poco, Silvia se negó a aparecer en la playa con ese fuerte ventarrón de levante y las horas que Manolo estuvo en el agua se las pasó en el bar más aburrida que un hongo tratando de concentrarse inútilmente en la lectura de un libro, leyendo el Hola y no viendo el momento de regresar a Madrid.

Que esa es otra—decía ella a Manolo— un montón de horas metidos en el coche para llegar a Madrid y tener que volver al trabajo al día siguiente sin haber hecho nada de provecho el fin de semana.

Manolo viendo venir el conflicto dejó un período de tiempo sin bajar a Tarifa ni hablar del asunto, se concentraron en los derbis futbolísticos salpicados durante la semana y el fin de semana salieron de vinos con los amigos, se aficionaron a las carreras de motos y a ir al centro a ver alguna obra de teatro que tocase temas para pasar un buen rato sin grandes profundidades intelectuales aburridas, genero que ahora estaba recobrando una efervescencia como nunca se había visto.

Hasta que un viernes por la tarde viendo que Silvia estaba de muy buen humor se enfundó en el traje de neopreno y ¡tachan! Se presentó ante ella sugiriéndola el bajarse al moro a jugar con las olas.

Silvia le miró como quien mira a un gilipollas vestido de neopreno y le dijo: ¡Pero Manolo, que cacho barriga estás echando!

Golpe bajo que acusó al instante y le dejó congelado en mitad del salón. Bien es verdad —pensó— que el matrimonio le había dado una pequeña curva de la felicidad, muy pequeña en su opinión pero que ciertamente enfundado en el ajustado traje le daba una apariencia de embarazo de entre cuatro y seis meses.

—¡Pero Silvia! A tu lado me he hecho más hombre y no puedes pretender que mi físico sea siempre igual, se ha ensanchado un poquito, estoy más potente—se justificó Manolo un tanto airado—.

—¡Déjate de chorradas! ¡Si vas a estallar el traje de goma!

—¡Me hieres Silvia!¡Me hieres…!¡Y además no es de goma sino de neopreno! ¡Ignorante!

Y diciendo esto y en el fragor y la inercia del momento, Manolo llenó una bolsa de deportes con las cuatro cosas necesarias para el fin de semana y agarrando la tabla de surf exclamó sin mucha convicción:

—¡Pues sabes lo que te digo, que me voy…!¡Me voy yo solo a Tarifa! ¡Viva la libertad!—Y diciendo esto dio portazo, poco portazo para no alterar demasiado a Silvia y bajó a la calle a poner en marcha el cuatro por cuatro—.

Ella se quedó con la boca entreabierta ante el arranque valeroso de Manolo, que le llenó de admiración y orgullo pero al mismo tiempo se echó a reír exclamando:

—¡Anda el cateto este! ¡Quién lo iba a decir…el mosquita muerta!

Manolo dio un par de vueltas con el coche alrededor de la manzana esperando ver a Silvia en el portal con ojos implorantes y llorosos pero enseguida pensó que eso sólo pasa en las películas, en realidad ni siquiera en las películas. Por su parte Silvia estuvo a punto de correr tras él pero se lo pensó mejor y decidió esperar acontecimientos.

Así que para no dar su brazo a torcer Manolo decidió poner rumbo al sur como en los viejos tiempos aunque todo el camino lo pasó apesadumbrado pensando en Silvia. Hubiera bastado un mínimo gesto por su parte para que él, abandonada la idea del atracón de carretera, se hubiera vuelto a toda prisa a casa a reconciliarse con ella y desnudarla dejando un reguero de ropa hasta el dormitorio como en las películas.

Allí seguía el viento, las olas, su pequeña libertad, pero sin saber muy bien cómo no lo sentía igual que antes. Aguantó el sábado pero el domingo temprano se dio la vuelta esperando ser acogido en los brazos de Silvia.

Que fue exactamente lo que pasó, seguido de dulces combates en el lecho conyugal donde las palabras sobraban y Manolo se quedó dormido abrazado a su cálido cuerpo. La felicidad en su estado mas puro.

En cuanto al trabajo no se podían quejar, todo marchaba bien y el viento soplaba con fuerza en las velas del hogar familiar que navegaba con buen rumbo en un océano de parados del que no se veía el horizonte.

Gracias a su jefe, Don Tomás, que les ha avalado en la Caja, han conseguido una hipoteca y dado la entrada para un chalet en las afueras de Madrid cercano a la sierra y al Escorial con su parcelita y abundancia de pedruscos de granito. Han vendido el cuatro por cuatro y comprado un bemeuve discreto pero que les imprime un cierto caché, una apariencia de nivel con el que se sienten muy reconfortados.

El vivir fuera de Madrid les ha quitado de las reuniones con los amigos en el bar, unas veces porque se les hace tarde para irse a la casa de la sierra que les viene a tomar una hora, otras por la pereza que les da, una vez en el chalet, bajar a Madrid con sus atascos y falta de aparcamiento.

Pero Silvia está encantada con sus tiestos de geranios, hortensias y arbolitos de la pequeña parcela y con el objetivo compartido con sus amigas de tener un niño lo antes posible.

A Manolo lo de tener familia le pilla fuera de juego, como casi todo, y aunque no está en contra le molesta e importuna el que Silvia le esté hablando de ello constantemente sobre todo cuando hacen el amor. Por alguna razón pensarlo en esos momentos le desmotiva y le encoge la libido.

Manolo mientras tanto remansado de nuevo en la vida del hogar y las dulces rutinas ha vuelto al coqueteo con la Playstation de la que está más enamorado que nunca, porque los juegos son muy atractivos, el mundo virtual se revoluciona y cambia poniendo ante los ojos espectáculos gráficos y situaciones interesantes que le devuelven a un nirvana personal en el que cada vez encuentra más alicientes.

—¡A ver si creces de una vez! Le increpa Silvia— ¡Todo el día como un crío con la dichosa maquinita!—.

Él calla y juega. Por las noches con el pretexto de que está cansado se va temprano a la cama con el transistor y se sumerge en las declaraciones de jugadores, fichajes multimillonarios y dimes y diretes del balón hasta que se queda plácidamente dormido con la radio encendida.

Silvia, feliz y en control de su recién estrenado hogar comparte con sus íntimas amigas en la peluquería la estrategia y entrenamiento de ese ser que ha entrado en sus vidas llamado marido.

—Son como niños. No se quieren comprometer con nada.

—Sólo les interesa el fútbol—contesta una de las amigas—.

—Y el caso es que hemos tenido suerte con nuestros maridos…

—Sí, porque hay cada uno por ahí…

—Pero hay que llevarlos de la manita en todo, son como bebés, bebés creciditos.

—Yo a veces le pregunto al mío: ¡Pero tú que quieres de la vida!

—Ya. Y se quedan ahí mirándote como pasmarotes.

—Sí hija, como pasmarotes.

—En fin, no se que harían sin nosotras…

—Son como bebés…

Todavía alguna vez van al campo de fútbol o al bar a ver algún trozo de partido con la peña pero han comprado una televisión de pantalla gigante de esas que se cuelgan y ocupan toda la pared como si fuera “La Familia de Carlos IV” y ven en ella los partidos acompañados los fines de semana por los amigos que suben al chalet y con la excusa de la barbacoa se atizan una sesión completa de panceta, chorizos y morcillas que tiembla el misterio.

Una tarde cualquiera Manolo se sienta en la parcela del chalet. Al fondo sobre la Sierra de Guadarrama y la cercana Pedriza se mueven algunas nubes produciendo diferentes tonalidades de luz y sombra, en la Bola del Mundo ya se distingue una fina capa de las primeras nieves que han cuajado en el avanzado otoño, el sol que se oculta tiñe brevemente de rojo la masa pétrea del Yelmo en el que por un momento se distinguen con claridad los grandes tajos de la piedra, la cascada de roca que se amontona en una aparente precariedad de siglos para quedarse en sombras y poco a poco desaparecer en el comienzo de la noche.

Manolo recorre la sierra con la vista lentamente, el aire limpio y frío mezclado con el aroma de la jara le llena los pulmones. Todo está quieto y silencioso, algún pájaro rezagado cruza veloz en busca de un lugar donde pasar la noche.

Y Manolo se relaja, deja volar la fantasía y piensa en la libertad, las posibilidades, el hacer lo que le venga en gana…

Anochece, las sombras desdibujan el entorno de la parcela, en la casa se enciende la primera luz que llega tenue hasta donde está Manolo. Es Silvia que seguramente está preparando algo para cenar en la cocina.

Se levanta, se estira y sintiendo el relente de la noche se vuelve andando despacio hacia la casa.

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