martes, 12 de mayo de 2009

11 - EL SANTO NIÑO DE ATOCHA.

—Necesito otro café—piensa Manolita— agarrada a la barra del vagón del metro que le lleva en dirección a la estación de Atocha atestado de personas que a estas tempranas horas de la mañana van al trabajo. Pasea la vista por las caras medio dormidas de la mayoría, el gesto aburrido y somnoliento de la rutina diaria impreso en la mirada, algunos sin embargo leen un libro o consultan frenéticamente no se sabe qué en el móvil del que no apartan los ojos.

No hace muchos años era algo muy peculiar ver caras que no fueran de españoles, ahora en los escasos dos o tres metros que puede abarcar con la vista desde su rincón cercano a la puerta puede diferenciar las de los negros subsaharianos, bruñidas e intensas, las facciones hieráticas de los pueblos sudamericanos, las enigmáticas de nuestros vecinos del otro lado del estrecho, los eslavos de piel muy blanca y pómulos pronunciados, los chinos inconfundibles que parece que nada va con ellos, toda una panoplia de etnias y culturas hasta hace muy poco desconocidas y alejadas de nuestro país y nuestras costumbres con las que ahora hay que aprender a convivir y a compartir una misma vida.

Manolita vuelve la mirada hacia la ventanilla del vagón que sólo refleja su cara contra el fondo oscuro del túnel. Recuerda el correo recibido la tarde anterior del tal señor Rosalino Sánchez en respuesta al suyo:

De: Rosalino Sánchez

Asunto: Restauración de un cuadro.

Fecha: 20 de Marzo de 2009

Para: AngloartUsa - España-

Estimados Sres.

Mi patrón les queda muy agradecido por contestar tan de seguido. Quiere que les informe que se trata de un lienzo que representa a El Santo Niño de Atocha, cuadro encargado por el Marqués de San Miguel de Aguayo al pintor José Antonio de Ayala hacia el año mil setecientos veinte. Por motivos de seguridad no podemos enviarles fotos ni darles más detalles, cosa que Ustedes que son profesionales comprenderán. Como ya les dije el cuadro tiene un gran valor sentimental para mi patrón además del que pueda tener por sus propios méritos.

Les saluda, Rosalino Sánchez

Manolita se vuelve hacia el estudio desviando su cabeza del ordenador

—¿Alguno de vosotros ha oído hablar del Santo Niño de Atocha?

Cosme levanta los ojos de su trabajo poniendo cara de no tener ni idea.

—¿El Santo Niño de Atocha?...me quiere sonar—comenta Alicia—pregunta a Gonzalo seguro que él sí sabe algo, para eso es el jefe.

—No quiero fastidiar a Gonzalo llamándole continuamente…Atocha, Atocha, pues tendrá que ver con algo cerca de la estación de Atocha…

Cosme abre un diccionario electrónico que siempre lleva consigo y lee:

—"Atocha" Del mozárabe taucha, esparto, planta gramínea.

—Gracias Cosme, hijo, eres una gran ayuda…¿Hay alguna iglesia importante cerca de Atocha?

—Si, claro—responde Alicia—La Parroquia de Nuestra Señora de Atocha.

—¡Ah! Muy bien, pues mañana a primera hora me acerco…

Fuera del metro se orienta hacia el Paseo de Santa Isabel que se convierte en el de la Reina Cristina, a su derecha está el impresionante edificio de la Basílica de Nuestra Señora de Atocha, llega hasta la calle de Julián Gayarre sin que encuentra ninguna puerta de acceso, baja hacia la esquina de la Avenida de la Ciudad de Barcelona que completa un gran triángulo y allí en la esquina está la verja que da acceso al interior, cerrada, pero un poco más allá hay otra verja de entrada entornada y desde la que se inicia una larga cola de gente que se pierde al fondo de la calle. Junto a la puerta hay una señora que parece estar controlando la entrada, Manolita se dirige a ella.

—Perdone, no sé para qué es esta cola… yo quisiera hablar con algún cura o encargado sobre algo relacionado con los santos de la parroquia—. La señora mira de arriba abajo a Manolita y le indica con una mano.

—Suba las escaleras y entre en la iglesia, encontrará a algún religioso dominico.

—Muchas gracias.

En la nave central de la iglesia no encuentra a nadie, camina por el suelo ajedrezado y se sienta en uno de los bancos durante unos minutos, luego sale de la iglesia, un grupo numeroso de personas que estaban esperando en la calle entran cruzando el jardín y desaparecen tras una puerta. De la misma sale un hombre de mediana edad con pantalones vaqueros, las mangas de la camisa arremangadas y un delantal blanco. Comienza a cruzar el jardín cuando nota la presencia de Manolita.

—¿Ha venido usted a desayunar?

—¿A desayunar?...pues no, sólo quiero un poco de información.

—De qué se trata—. Se acerca a ella.

—¿Podría hablar con un dominico?

—Claro que sí, aquí me tiene.

—Ah, perdone, pensé que era un trabajador…

—Eso soy, ahora de cocinero.

—Pues soy restauradora…

—Perdone, perdone que le interrumpa…¿Tiene mucha prisa?

—Pues realmente no…

—¡Estupendo! ¿Quiere echarme una mano?... vamos, si no le importa.

—Usted dirá…

—¿Cómo se llama?

—Manolita.

—Alfonso— contesta el dominico que le conduce al otro lado de la puerta, al interior de un amplio comedor en donde hay sentadas unas cuarenta personas. Al fondo un hombre y una mujer lavan sobre una pila tazas y platos que otras dos secan y van distribuyendo. Alfonso lleva a Manolita junto a una mesa donde hay masa para hacer churros, una gran sartén con aceite caliente y una churrera manual de las que se usaban antiguamente.

—Mire, yo estoy haciendo roscas de porras, cuando están cocidas las deposito sobre la mesa y su labor será cortar con las tijeras trozos como de unos veinte centímetros, tenga, póngase este delantal ¿Seguro que no le importa? Es cosa de una media hora.

Manolita se pone el delantal sin rechistar, está tratando de situarse en la escena cuando Alfonso ayudado por dos largos palos que cruza bajo la dorada rosca la levanta del aceite hirviendo esperando unos segundos para que drene y la deposita blandamente en la mesa al lado de Manolita que con una gran tijera en la mano comienza a cortar trozos que desaparecen en platos que el hombre y la mujer que estaban en la fregadera distribuyen ahora por las mesas al tiempo que llenan las tazas de café.

—Estamos hoy muy mal de voluntarios—comenta Alfonso— hay días que tenemos seis o siete y todo va sobre ruedas pero con solo cuatro es más difícil. Casi todos son jubilados, pero los jubilados tienen que atender a sus nietos, cuidar todavía a sus hijos que muchos siguen viviendo en las casas de sus padres por la situación económica o porque simplemente no les da la gana de irse. En fin, todo esto nos ha pillado tan de repente que nos cuesta no sentirnos desbordados.

—¿Dan de desayunar a toda esta gente?

—Pues sí, hasta hace poco era un acto de caridad que se hacía desde hace mucho tiempo, vagabundos, gente de paso, desheredados de la fortuna, un pequeño grupo al que se atendía dándoles el desayuno y una bolsa de comida para el resto del día. Pero hace cosa de dos meses comenzó a formarse una cola en la que, como usted puede ver, la gente no parece estar en una extrema pobreza, predominan los ancianos, inmigrantes sin empleo o con trabajos que no les da para vivir y muchos que teniendo un empleo no pueden pagar las hipotecas y acuden a diferentes centros para desayunar, comer y cenar y así poder ahorrar lo suficiente para no verse en la calle por no poder pagar. Son los nuevos pobres, los pobres de esta sociedad basada en la avaricia.

Manolita escucha al padre mientras sigue cortando con la tijera, el desayuno toma unos quince minutos y la gente va saliendo, cuando el comedor está casi vacío entra otro grupo. Al cabo de unos cuarenta y cinco minutos ya no queda nadie por atender y Manolita con las manos bañadas en aceite y sosteniendo las tijeras mira a Alfonso.

—Gracias, gracias, por favor, puede lavarse en la pila.

Alfonso llena dos jarritas de café ofreciendo una a Manolita y cruzan el jardín hacia la rectoría.

—¿Qué le ha parecido la experiencia?

—Me ha llamado la atención la cantidad de gente necesitada y lo de las porras…

—¿Las porras?

—Si, no tengo nada en contra de ellas, me encantan, pero me hubiera parecido más normal unas galletas, una barra de pan con mantequilla…

—¡Ah! Si, creo que el párroco opina como usted. Posiblemente se está corriendo la voz y la cola va a ser tan larga que no vamos a poder cumplir nuestra tarea. La culpa es mía, yo fui quien se lo sugirió al párroco, mi padre tenía la churrera en el pueblo abandonada en un rincón del patio, él fue churrero durante muchos años, y pensé que podía traerla, al fin y al cabo es algo económico a base de harina, agua y sal. Pero no sé…

Entran en la rectoría sentándose junto a un escritorio en el que se apilan gran cantidad de cuadernos y libros de texto. Alrededor de la habitación muchos libros sobre las estanterías que llenan las paredes. Entra un brillante sol que alegra y caldea la habitación en un mes en el que ya se han apagado las calefacciones pero el tiempo continúa aún fresco por no decir frío.

—Bueno, dígame, espero atenderla como se merece.

—Pues como le decía, soy restauradora de cuadros y trabajo en un estudio asociado a la firma internacional AngloartUsa que a su vez lo está con Sotheby´s, a menudo trabajamos en proyectos importantes con museos y galerías del mayor prestigio, le comento esto para situarle profesionalmente.

—Desde luego he oído hablar sobre Sotheby´s…

—Hace una semana recibimos un correo electrónico enviado desde los Estados Unidos en el que se nos pedía la restauración de un cuadro, posteriormente nos aclararon que se trataba de un lienzo del Santo Niño de Atocha pintado alrededor de mil setecientos veinte por José Antonio de Ayala. Tengo que reconocer humildemente que nunca he oído hablar del Santo Niño de Atocha y he venido aquí pensando que quizás ustedes me pudieran ilustrar sobre el tema.

—Pues ha hecho usted muy bien ¡Ah! ¡El Santo Niño de Atocha!¡Una historia muy bonita!...¿Por dónde empiezo?¿Otro café?..

—No gracias, con el que me ha ofrecido he conseguido el nivel óptimo de cafeína…

— Esta leyenda devota surgió aquí en Atocha en la época… hacia el mil ciento cincuenta en la que los moros dominaban España, Atocha por entonces sería un poblado o suburbio de un Madrid muy primitivo; al parecer muchos hombres cristianos estaban en prisión y como los carceleros no les alimentaban las familias les traían la comida. El califa o quien tuviera el poder dio la orden de que sólo los hijos de los presos podían llevarles alimentos y eso alarmó a todos los que no teniendo hijos no podían recibir nada en la prisión. Es entonces cuando, a la caída de la noche, un niño visitaba y alimentaba a los prisioneros que no tenían hijos jóvenes. Ninguno de los otros niños sabían quien era pero su vasija de agua nunca estaba vacía y la canasta siempre estaba llena de pan para alimentar a todos aquellos desafortunados. Los que habían pedido un milagro a la Virgen de Atocha comenzaron a sospechar de la identidad del pequeño. Cuando rezaban a la Virgen con el niño notaron que los zapatos del niño estaban gastados y con barro, se los cambiaron por unos nuevos pero al día siguiente volvían a aparecer usados. De acuerdo con esta leyenda Cristo había vuelto como un niño para ayudar física y espiritualmente a todos aquellos que lo necesitaban.

Alfonso se levanta y saca de un cajón varias estampas del Niño de Atocha acercándoselas a Manolita que las coloca sobre la mesa como si se trataran de cartas de una baraja.

—Como puede ver en estas cinco versiones del Santo Niño de Atocha tres de ellas son prácticamente iguales, otra tiene como fondo un bosque, montaña y el cielo azul con la luna y en la quinta los elementos varían un poco aunque en conjunto es similar a las demás.

—Parece un peregrino de Santiago.

—Efectivamente, eso es común a todas las representaciones, viste de peregrino llevando el bordón con la calabaza para el agua, sayón hasta los pies, sandalias, esclavina y sombrero de ala ancha, y por si cupiera alguna duda la concha de vieira que los peregrinos traían de vuelta como símbolo o testimonio de haber completado el Camino de Santiago llegando hasta el mar, asimismo un cestito en el que llevaba el pan a los cautivos.

—Según la tradición—continúa— el Marqués de San Miguel de Aguayo, que a la sazón vivía con su esposa en Méjico siendo gobernador y capitán general de las provincias de Coahuila y Texas, devoto de la Santísima Virgen María, pidió a los sacerdotes de este templo de Atocha que le enviaran una imagen de la Virgen María. Los padres le enviaron una imagen con el niño en la mano izquierda. La devoción se extendió con rapidez llamando a la Virgen como Nuestra Señora de Atocha por haber venido de la ermita de Madrid llamada de Atocha al parecer por estar construida entre campos sembrados de esparto o atochales. Al parecer la imagen del niño era usada en las Navidades para acostar en el pesebre y así la gente comenzó a tenerla un especial cariño y a encomendarla sus preocupaciones. Así se le empezó a llamar El Santo Niño de Atocha.

—Pues aquí no parece conocerse mucho.

—Es cierto, sin embargo se sorprendería de la devoción y cariño que le tienen en Méjico, la imagen con el niño está en la ciudad de Plateros donada como le dije por el Marqués de Aguayo. Plateros es un lugar de minas, se llama así desde al menos mil seiscientos veintiuno pero ya antes había sido explorado por Francisco de Ibarra y Fray Jerónimo de Mendoza, con el tiempo aquellas ricas minas fueron adquiridas por el marqués de San Miguel de Aguayo. Todos los años se celebra una peregrinación a Plateros pero también hay mucha devoción en otros lugares como Nuevo Laredo, Mezquitic de San Juan de los Lagos, Huescalapa, Barranca Honda de Ayotlán, Guadalajara, en fin, como anécdota le puedo decir que al finalizar la Segunda Guerra Mundial, dos mil peregrinos, veteranos de Corregidor, Batán y campos de prisión japoneses, junto a sus familias, recorrieron en peregrinación el largo camino desde Santa Fe a Chimayo donde hay una estatua del Santo Niño de Atocha y se siguen realizando muchas peregrinaciones especialmente en la Semana Santa.

—Vaya, pues le agradezco mucho todo lo que me está contando, es curioso lo ignorante que puede ser uno.

—No, ignorante no, no se puede estar informado de todo, por eso la gente se especializa.Y uno tiene que acudir a los especialistas cuando necesita saber algo en concreto.

—Entonces…¿Cree usted que el cuadro que nos piden que restauremos será similar al de estas estampas que me enseña?

—No me cabe duda, no sé de ninguna representación del Santo Niño de Atocha diferente a las que le he mostrado y que ruego se lleve consigo.

—Muchas gracias, pero siendo tan conocido no comprendo las razones para que no puedan mandarme unas fotos del cuadro.

—Quien sabe, esta historia tiene varios siglos, puede haber por medio algunos factores que evidentemente nosotros desconocemos, antiguos o recientes, o ambos.

—Pues le quedo muy agradecida—se levanta Manolita—no quiero robarle más tiempo.

—No, no se preocupe, para mí es un placer compartir estas cosas con alguien que esté interesado, cosa que no sucede frecuentemente. La historia, la sociología son materias muy interesantes y obviamente profundamente vinculadas a la Iglesia.

Alfonso acompaña a Manolita al recinto de la iglesia para enseñarle la imagen de la Virgen con el niño, luego salen al jardín y le acompaña hasta la verja.

—Un placer Manolita me gustaría, si pudiera ser, que me tuviera al tanto de esa restauración, ya ha visto que soy un entusiasta del Santo Niño de Atocha ¡Ah! y gracias por echarnos una mano en el desayuno.

—Gracias a usted Alfonso, le tendré informado. Lo he pasado muy bien y he aprendido mucho en sólo un par de horas de charla con usted.

—Pues aquí nos tiene, no dude en venir si quiere alguna otra información o tomarse un café con porras.

—Qué puedo decir, Alfonso, gracias de nuevo.

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