lunes, 11 de mayo de 2009

3 - CONOCERSE

Manolo se revuelve sobre la cama sin deshacer, le está despertando el teléfono que suena insistentemente. Estira el brazo palpando la mesita de noche en busca del odiado cacharro.

—Si, dígame.

—Manolo, son las diez, perdona que me meta en lo que no me llaman —¿Pero no vas a sacar la vela hoy? —. El agua hierve de neoprenos rellenos —fluye la voz de Manolita por cada uno de los agujeritos del auricular que invade los recovecos del pabellón auditivo de Manolo haciéndole cosquillas en los aledaños de la Trompa de Eustaquio obligándole a levantar los párpados —.

Una intensa luz ciega momentáneamente a Manolo que se sorprende de estar vestido, hecha un vistazo a la esfera del reloj sumergible: —¡las diez y veinte! —se pone en pie y mira por la ventana, sí, todo el mundo está ya en el agua.

—Buenos días…me doy una ducha rápida y bajo…

—Voy pidiéndote café…

—Gracias por despertarme…

—¿Churros o tostada?

—No te molestes…tostada, por favor…no, no, un bocadillo de algo…si no te importa.

—Vale, hasta ahora.

Mientras se cabrea bajo la ducha con el jabón que le entra en los ojos, piensa en las últimas horas que han trastocado todos sus planes, bueno, en realidad no han trastocado casi nada excepto que tenía que haberse ido a la cama más temprano y así ahora estaría ya a merced del viento que, por cierto, está soplando fuerte.

No sabe que hacer, si ponerse directamente el traje de neopreno o bajar primero a desayunar con su mejor camisa y un pantalón deportivo, decide esto último en deferencia a la amabilidad de Manolita que le ha despertado, de otra manera, hubiera seguido durmiendo como un ceporro hasta la una, por lo menos.

El comedor está prácticamente vacío, por las ventanas abiertas de par en par se inunda la habitación del fuerte sol de la mañana y la brisa que viene desde la playa, una pareja joven con dos niños desayuna en una de las mesas del fondo, en el lado opuesto toma café a sorbitos cortos Manolita que sonríe al ver entrar a un Manolo limpio, oliendo a jabón y colonia suave pero con los ojos aún un poco abotargados por el sueño. Sobre la mesa el camarero llena una taza grande de café con leche y dispone un cubierto y un plato con un bocadillo.

—Te he pedido un bocadillo de tortilla francesa con jamón.

Manolita está radiante con un pantalón corto y una blusa blanca amplia con bordados rojos de estilo azteca el pelo negro suelto y los ojos azules sonriendo abiertamente a Manolo que se sienta y revuelve un par de cucharadas de azúcar en el café.

—¿No vas a tus clases de windsurfing? —pregunta a Manolita —.

— He decidido que no me apetece mucho, además mis amigas se han ido a otra playa con los alemanes de anoche y sobre todo es que tengo otro plan…

—¿Qué vas a hacer?

—Voy a acercarme a Baelo Claudia.

—¡Ah! Sí, está a unos veinte kilómetros de aquí.

—¿Lo conoces?

—No, no he estado pero es uno de los sitios más importantes para ver, lo que pasa es que uno viene a lo del windsurfing y no queda mucho tiempo…

—Claro, lo primero es lo primero…bueno, pues como ya veo que estás en marcha me voy porque tengo que estar de vuelta antes de la una para volver a Madrid con mis amigas.

—Pues que lo pases muy bien —contesta Manolo con la boca llena —.

Manolita recoge un bolso de mimbre y le dice adiós con la mano mientras sale al parking caminando hacia el coche. Manolo mastica viéndola alejarse, se atraganta, se queda en suspenso durante unos breves segundos y dando un salto de la silla con el bocadillo en la mano corre hacia el parking donde Manolita ya tiene el coche en marcha.

—¿Te importa que te acompañe? —interroga Manolo, de nuevo con la boca llena —.

—¡Estaré encantada! Pero…¿Y tu windsurfing?...

—¡Pues tendrá que esperar a la próxima ocasión!

—¡Pues sube! —ríe Manolita.

Baelo Claudia es el nombre de la antigua ciudad romana situada en la misma orilla del Estrecho de Gibraltar, era originalmente un pueblecito de pescadores hace unos dos mil años, ya ha llovido…en el segundo siglo antes de Jesucristo creció por el comercio con el otro lado del Estrecho en el norte de África y el emperador Claudio le concedió el título de municipio por su prosperidad y buen nombre entre comerciantes y viajeros. Estas cosas va contando Manolita gritando un poco porque van con las ventanillas bajadas ya que el coche no tiene aire acondicionado.

—¿Eres profesora o algo así? Veo que sabes mucho de historia —comenta Manolo—.

—No, no soy profesora pero mi profesión tiene que ver mucho con todo esto, soy restauradora.

—¡Ah! Entonces eres un artista.

—Estudié Bellas Artes, si es a eso a lo que te refieres, pero yo diría que mi trabajo es más bien científico, hay que ser serio, riguroso y metódico…hay que saber, por ejemplo, física y química y entender la composición de los materiales.

—Pues yo no creo que seas seria, te veo muy simpática y encantadora —se lanza Manolo —.

—Las dos cosas pueden complementarse, la seriedad y la simpatía —responde Manolita alzando las cejas varias veces al estilo de Groucho—.

En un abrir y cerrar de ojos llegan a Baelo Claudia, todos los elementos de una típica ciudad romana están allí abriéndose al azul del mar: la muralla circular, los edificios de la administración con el senado, los archivos públicos, el edificio de los juzgados, pasean entre las ruinas y Manolita explica cómo cada dios tenía su templo particular, Isis, Juno, Júpiter, Minerva.

En los contornos de las piedras y la disposición de las calles le señala restos de lo que pudieran haber sido tiendas y mercados, los baños públicos y el teatro, tan importante en la vida de la sociedad romana. Ambos se quedan silenciosos mirando todas esas ruinas, algunas bien conservadas, que hablan de los afanes del hombre y del tiempo que lo nivela todo, que se traga civilización tras civilización como pequeños accidentes en su caminar mudo, indiferente e inexorable.

—Sorprende que esté todo tan bien conservado teniendo en cuenta el tiempo que ha pasado ¡Dos mil años!

—Y además —prosigue Manolita —he leído que hubo terremotos y el mar destruyó zonas de la ciudad, eso añadido a su situación en el Estrecho, con África enfrente, hordas de piratas subiendo y bajando por la costa mas los que viniesen de las inglaterras…

Disponían al menos de tres acueductos que suministraban el agua que necesitaba la ciudad, aún hay restos del sistema de alcantarillado y de una zona industrial con trozos de calles donde producían el "garum".

—¿Sabes lo que era el "garum"? Pues un condimento, una salsa hecha de pescado, preparaban una salmuera con los intestinos de varios pescados como atún o anguila que dejaban fermentar, debía oler fino…pero luego lo mezclaban con vino, vinagre, pimienta, aceite…y resultaba un condimento esencial para muchos platos de pescado, mejillones al vapor y también para sazonar carnes…y por lo visto lo utilizaban como medicina para las úlceras o como cosmético…

—Sí, debía ser parecido a algunas salsas que usan los japoneses y los chinos— comenta Manolo—.

—Sí, si, las he visto en las tiendas de productos orientales y en los restaurantes pero si quieres que te diga la verdad nunca las he probado.

La mañana pasa como por encanto, no hay como pasarlo bien para que el tiempo vuele, fuera ya del recinto de la ciudad romana se acercan a la orilla sentándose en unas piedras a contemplar el profundo azul del mar y la franja más pálida del cielo que parece flotar por encima como si fueran diferentes tonos de acuarela.

Manolita pregunta sobre lo que hace Manolo y éste le informa de que hizo económicas en la universidad, del emebea en negocios, del trabajo, del vino y sus múltiples facetas…de que por fin es autosuficiente aunque tiene que confesar que aún sigue viviendo con sus padres.

Ella mira el reloj —¡las doce y media! —. Vuelven al coche y emprenden el camino de vuelta, ninguno de los dos habla, Manolita parece concentrarse en la carretera, Manolo mira el mar y piensa sintiendo el aire que entra por la ventanilla que va deslizándose en su tabla de windsurfing, saltando sobre las olas, golpeándolas con la base de la tabla, recibiendo el sol y el agua salada en la cara. Mira de reojo a Manolita, le gusta mucho, pero mucho, mucho. Manolo escribe en un trozo de papel que encuentra en la guantera su dirección de correo electrónico y se lo pasa en silencio a Manolita, ella le dice el suyo que apunta en otro trozo de papel doblándolo cuidadosamente y guardándolo en la cartera.

En el hotel sus dos amigas esperan ya con los bolsos de viaje que van cargando en el coche.

—Lo he pasado muy bien —. Se despide Manolita.

—Yo también y gracias por enseñarme Baelo Claudia, ha sido muy interesante.

—Pues aún quedan muchas cosas que ver…sonríe Manolita mirándole a los ojos.

—Adiós Manolo — le planta un beso en la mejilla.

—Adiós, que se os dé bien la vuelta.

Manolo entra en el hotel y tras recoger sus cosas toma una cerveza y un bocadillo en la barra del bar, paga en la recepción y se encamina al cuatro por cuatro.

La playa está llena de surfistas, de gente que mira tumbada en la arena, en el agua se deslizan las tablas y los kitesurfistas, que son la mayoría, se impulsan con la velocidad que imprime el viento y se elevan dando volatines en el aire para aterrizar blandamente sobre el agua. Pero Manolo casi no ve el mar, su mente está ya en la carretera y en las próximas siete horas al volante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario