martes, 12 de mayo de 2009

7 - LAS VACAS (MUY) FLACAS.

Apoyado en la barra del Fortuny Manolo sumerge una porra en el café en taza que le han puesto delante mientras mira de reojo la pantalla del televisor colgado encima de la máquina registradora, una mirada somnolienta al reloj le confirma el haberse caído literalmente de la cama lo que prueba que ninguno de sus compañeros haya todavía aparecido por el bar.

Ya a estas horas la televisión da la tabarra con el panorama apocalíptico que de la noche a la mañana se ha materializado en toda la península y aledaños. Manolo piensa que lo de los aledaños es aún más grave porque abarca desde el bar hasta los Urales. Él siempre dice "los Urales" para significar un sitio muy alejado, sumamente alejado del Paseo de la Castellana. Aunque la realidad debe de ser muy cruda porque va mucho más allá de esos montes que separan Europa de Asia, según le informaron en el colegio.

Se lleva la porra a la boca mientras el ministro de economía al que parece hubiese picado una mosca Tsé -Tsé por la cara de adormilado que indefectiblemente presenta a quien quiera mirarle, balbucea algunas frases incoherentes con esa voz atonal de gravilla que no dice nada pero adormece a las ovejas y a los pocos que intentan despertarse apoyados en la barra del Fortuny.

Manolo con la mirada puesta en los círculos de grasa que la masa de harina va dejando en el café, agrandándose en un micro oleaje que rompe en el acantilado blanco del borde de la taza, medita sobre lo efímero de las cosas. Hace cuatro días—piensa —todo esto de la "aldea global" iba viento en popa, la Bolsa disparada en una huída hacia adelante que nadie controlaba y tenía la aquiescencia de todos los poderes, la construcción extendiéndose de forma desmedida convirtiendo el ladrillo en la alternativa aparentemente más segura para guardar los ahorros o subirse a la montaña rusa de la especulación y las catedrales del consumo vendiendo como locos los cientos de Audis y Mercedes que abarrotan las carreteras mientras que los menos pudientes hacían cola para comprar cualquier cosa, fuese lo que fuese, sin casi dar tiempo a abrir el aluvión de contenedores que incesantemente llegaban de China.

Bueno —sigue pensando —mi padre seguramente se alegrará un poquito habiendo sido educado en la sobriedad, la falta de medios y la apreciación de las cosas, él que siempre está despotricando contra la sociedad de consumo, el derroche innecesario, el gobierno y las comunidades manirrotas se divertirá ahora viendo a esta sociedad pastueña y borreguil— como él la califica— angustiada ante la falta de gratificación instantánea y fácil.

Manolo usa la servilleta y se vuelve hacia la puerta por donde entran Silvia y Esperanza con caras somnolientas que el rimel no consigue disimular.

—¡Buenos días! —corean alegremente.

Silvia se sienta al lado de Manolo desabrochándose la chaqueta que muestra delante de sus ojos un jersey muy ceñido y ciertamente prominente que le inunda de suaves champúes y colonias frescas.

—¿Cómo está hoy mi Manolín?

—Bien, bien, me he caído de la cama…

—¡Qué pena no haber estado allí para recogerte!

—Ya.

—¿Ya? ¿Eso es todo lo que se te ocurre?

—¡Déjale!— interviene Esperanza —que es muy temprano…

—¡Hay Manolito, Manolito! —suspira Silvia llamando la atención del camarero con una mano—.

—¡Dos con leche en taza, guapísimo!

—¡Marchando alhaja! —contesta el camarero desde el fondo de la barra—.

La mañana en la oficina de "La Cepa Riojana" transcurre sin grandes sobresaltos, el sol se refleja como siempre en los dos grandes magnolios que Manolo puede ver y disfrutar desde su escritorio y el tráfico en la Castellana a pesar de Fannie Mae, de Freddy Mac, de las hipotecas subprime y el caco Bernard L. Madoff expresidente de Nasdaq para más escarnio y ludibrio, así como los chorizos locales del ladrillo, los bancos y las cajas de ahorros, el tráfico— observa Manolo— está intratable reduciendo la velocidad de los automóviles de gama alta, los utilitarios, las furgonetas y los autobuses al brioso discurrir de una familia de caracoles. Democracia sobre ruedas. Sólo los mensacas avanzan jugándose el pellejo sobre el hierro de turno haciendo piruetas entre los parachoques. Y eso que la gasolina sigue estando por las nubes aunque el precio del barril esté en caída libre— piensa Manolo.—

Concentrado en la pantalla del ordenador responde algunos mensajes de la cooperativa, negocia precios con algunos clientes, escribe un artículo para "Los Caldos de la Cepa", cierra varias facturas, se entretiene a hurtadillas con la nueva paranoia del chiste, el mensaje tierno y ecológico, los videos de YouTube y la galería del "Yo" hasta la náusea del FaceBook.

En la parte derecha de la pantalla tiene instalados unos iconos que se activan nada más encender el ordenador, el primero es una pequeña pantalla de la Bolsa con las principales figuras del Ibex-35 y a partir de las dos de la tarde arranca Wall Street con los casi siempre tenebrosos dígitos en rojo del Dow Jones y el Nasdaq, en la parte inferior del icono hay un gráfico de la actividad de la bolsa que representa una línea quebrada en caída libre hacia los abismos bursátiles que nadie en el orbe es capaz de anticipar y mucho menos corregir.

Los otros iconos producen menos desazón a Manolo y hasta le confieren un cierto tono internacional: tres relojes con la hora de New York, Madrid y Tokio, un calendario que también ofrece las condiciones atmosféricas de la Península y una pequeña pecera en la que unos pececillos de colores navegan por las aguas virtuales de la pantalla ajenos a la Torre de Babel de la economía mundial dando una pincelada ecológica a la aridez descarnada del mundo financiero y empresarial en que vivimos.

Después de comer la actividad en la oficina es más reposada, Nicolás le informa de algunos impagados de los que toma nota pero sobre todo del derby del sábado entre el Madrid y el Atlético para el que ya tiene a buen recaudo las entradas. Esta es una de las ocasiones en las que todos los amigos se reúnen sean colchoneros o merengues y una buena excusa para ponerse al día con aquellos con los que habitualmente no se está en contacto.

Tenía la idea de bajar a Tarifa y pasar unas horas en el agua, el tiempo para el fin de semana parece que va a ser muy bueno, pero con la entrada del partido en la mano la decisión está tomada. Además el domingo puede pasarlo descansando en casa y poniéndose al día con un par de juegos de la playstation que le llaman desde sus envolturas de celofán aún impolutas.

Manolo observa que ha entrado un nuevo mensaje en el buzón de correo y al abrirlo le da un pequeño vuelco el corazón, es Manolita que le escribe —tendría que haber sido yo el primero en hacerlo— piensa—.

"¿Qué tal? Aunque han pasado un par de semanas supongo que aún te acordarás de mí. Este sábado que viene vamos a montar una fiestecita en el estudio donde trabajo y he pensado que si estás libre quizás te gustaría venir, aquí te anoto el móvil. Manolita."

Lee y relee el mensaje, se queda ensimismado en la burbuja de un largo minuto hasta que Maribí la hace explotar poniendo las manos sobre sus hombros.

—Manolito, don Tomás te espera en su despacho…

—Voy, voy corriendo— balbucea en un susurro.

Don Tomás acomodado en su ergonómico sillón de cuero gris firma unos papeles —enseguida estoy con usted— indicando dos sillas junto al escritorio— cierre la puerta y tome asiento por favor—. A Manolo los despachos siempre le ponen nervioso pero— piensa— eso le debe de pasar a casi todo el mundo…este de don Tomás parece uno de esos que salen en las películas americanas de los años cincuenta que casi siempre tenían en la pared un enorme Marlin colocado cuidadosamente por un experto taxidermista sobre una panoplia de madera de caoba bruñida en posición de saltar sobre las aguas esmeraldas de Cabo San Lucas.

Pero en este caso, en lugar de peces la pared se adorna con innumerables fotografías enmarcadas, unas en blanco y negro en las que un don Tomás mucho más joven y delgado se ahuma asando chuletas en un lecho de sarmientos en lo que parece una mañana fría de La Rioja, o junto a tractores cargados de uva, o en bodegas y lagares antiguos cubiertos de telarañas, otras en color en catas de vino o posando con un grupo de viticultores frente a una nueva bodega que parece al primer vistazo el detritus de una nave proveniente de algún planeta lejano.

Manolo observa el diploma enmarcado que acredita a don Tomás como enólogo, en otra foto con marco dorado, recibe un premio de manos del rey, gran amante de los buenos caldos como todo el mundo sabe. Sobre una mesita hay botellas de vino, algunos vasos y varias cajas de cigarros puros, en el suelo en un rincón se apilan ocho o diez cajas de vino sin abrir. Don Tomás cierra la carpeta de firmas, levanta la vista y observa unos instantes en silencio a Manolo.

—Bueno Manolo…¿Cómo va el pedido de Venezuela?

—Colocado, don Tomás, esta mañana lo he cerrado.

—Bien,bien… don Tomás se relaja arrellanándose en el sillón.

—Como usted sabe corren malos tiempos…y peores que van a venir, supongo que está al día de cómo va la economía aquí y en todas partes…

—Desde luego— musita Manolo—.

—De momento en lo referente al vino no vamos del todo mal, en el ámbito en el que me muevo, empresarios, gobierno…no tengo ningún motivo para estar preocupado, es más, al contrario…yo diría que la crisis aumenta la sed de nuestros dirigentes…pero esto va mal, todo el mundo está asustado, por no decir otra cosa, lo que se nos viene encima no parece tener precedentes y casi deja en paños menores al famoso hundimiento de la bolsa del veintinueve aunque— suspira don Tomás— hoy deberíamos tener más recursos para hacer frente a esta crisis…

Hace una pausa mientras mira fijamente a Manolo que puede sentir los pequeños golpes que produce la circulación de la sangre en sus sienes. Luego prosigue con gesto adusto.

—Manolo…vamos a tener que enfrentar reestructuraciones y sacrificios…

A Manolo se le pone un nudo en la garganta, le da un vuelco el corazón y ya se ve de la noche a la mañana en la cola del paro.

—He tenido una reunión, mejor dicho varias, con los miembros de la cooperativa y hemos llegado a la conclusión de que tenemos que luchar contra el factor negativo de la crisis. Una de las medidas consistirá en reforzar nuestras exportaciones e intentar penetrar en el mercando estadounidense. No le voy a adelantar nada más por el momento pero quiero que sepa que hemos pensado en usted por sus conocimientos del mercado y obviamente del inglés para que se convierta en nuestra punta de lanza en este nuevo proyecto. Comprendemos que tendrá que alejarse de la comodidad de la oficina, de su entorno y cambiar muchos de sus hábitos. Manolo mira a don Tomás con la boca abierta sin pestañear.

—Bueno, por el momento sólo quiero que piense en esto que le he dicho, que se vaya haciendo a la idea, ya tendremos tiempo sobrado de planificar estrategias.

—¿Quiere usted decir que tendría que irme a vivir a Estados Unidos?

—Esa es la idea, al menos durante un tiempo. Bueno Manolo, piénselo durante unos días. Nada más de momento.

—Gracias don Tomás— Manolo se dirige a la puerta.

—¡Ah! Aproveche para repasar los puntos que considere más débiles de su inglés…

—Desde luego don Tomás…gracias.

Manolo cierra la puerta tras de sí y vuelve a su escritorio mientras sus compañeros cierran los ordenadores y comienzan a recoger pues sólo faltan cinco minutos para que la jornada laboral del día toque a su fin. Por su cabeza giran en una nebulosa las entradas para el partido del sábado, la tabla de surf, la playstation, la conversación de don Tomás y el mensaje de Manolita que sigue abierto en la pantalla del ordenador.

Perplejo, espera a que todos se hayan ido, incluso don Tomás, se levanta y mira tras los cristales, el Paseo de la Castellana se llena ahora de luces que siguen avanzando lentamente en direcciones opuestas, las señoras de la limpieza ocupan la oficina trajinando con plumeros, bayetas y aspiradoras. Manolo va y viene de la ventana al escritorio varias veces. Después de un buen rato recoge el móvil que ha dejado encima del escritorio y mientras apaga el ordenador marca el número de Manolita.

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