lunes, 11 de mayo de 2009

COMIENZO DE UN RELATO.

1 - El TRABAJO

Pongamos, por ejemplo, Manolo. Tras unos años de dar tumbos de un trabajo a otro navegando en el océano mileurista, plano e infinito, en el que por mucho que remes la línea del horizonte permanece inalterable, atisba por fin las palmeras de una playa con contrato laboral indefinido, un sueldo aceptable y una cierta bonanza para el futuro, al menos para el futuro inmediato.

Manolo ha llegado a la playa y se siente bastante seguro. Es consciente de que tiene que ganarse la vida que, siguiendo los consejos de sus amados padres: las cosas no vienen de bóbilis, bóbilis, es fiel a esas directrices y ha ido superando todos los obstáculos de los estudios, los emebeas y los cursos y más cursos de inglés en los que se ha dejado una pasta y ha recogido magros conocimientos pero suficientes para llenar otra línea en el currículum.

A sus treinta y seis años largos no se le escapa que debería estar ya viviendo por su cuenta pero es que hasta ahora nunca había ganado un sueldo más o menos decente y por otro lado ¡se está tan bien en casa! Además nunca ni su madre ni su padre le han hecho un reproche y él colabora en todos los gastos quedándose con una parte para comprar ropa y poder salir los fines de semana.

Manolo trabaja en la oficina de representación de La Cepa Riojana que ocupa un hermoso piso en la esquina de Castellana y Fernando el Santo, allí pasa las horas hablando con unos y con otros sobre la calidad y las bondades del vino de la cooperativa de agricultores del pueblo de Labastida que representa. Porque vino hay mucho, mucho y muy bueno, sobre todo a partir de que España asomara la cabeza desde la bodeguilla particular donde nos arrastraba el cuñado o el amigo de toda la vida para probar el mejor vino del mundo que ocho de cada diez veces era un brebaje imbebible, mal tratado y rasposo pero, eso sí, "con mucho cuerpo" al decir del señor de la boina que, colilla en la comisura de la boca, nos advertía de que si no andábamos espabilados se le iban a acabar los toneles en un periquete. Ahora —reflexiona Manolo—, el laboratorio hace maravillas y todo al fin y al cabo es cosa de filtraje. Pero la cuestión no es el hacer el vino, el meollo está en darle salida. Y para eso está él en esa oficina, para buscar mercado, compradores donde sea en cualquier lugar del mundo; porque como suele decir él a Maribí: "esto es la aldea global ¡Maribí, la aldea global! y tenemos que empapuzar a los chinos con todo el vino de la Rioja".

Manolo sueña mirando a través del gran ventanal antiguo de la oficina la copa de los árboles del centro de la Castellana, el sol reflejándose en dos grandes magnolios, el tráfico que sube y baja incesantemente por esa gran arteria que cruza el centro de Madrid. De todas formas, piensa, las cosas no son fáciles, ahora hasta el más tonto hace relojes, hay vino en el mundo como para inundar Nueva York y que no se vea ni la terraza del Empire State. Ahí tienes a los chilenos, los argentinos, los sudafricanos y que decir de Australia con los Merlot, Shiraz, Cabernet, eso sin nombrar a Francia e Italia y los Estados Unidos que hasta los años setenta sólo tenían las bodegas Gallo con sus botellones de galón y que ahora media California está ocupada por extensiones de viñas que se pierden en el horizonte. Y que decir de España con sus vinos de Toro, Galicia, Cataluña, la Ribera del Duero, de los vinos andaluces, extremeños, de la Mancha, que es eso, una enorme mancha de vino, de Portugal… Colocar el vino no es tarea fácil y él, Manolo, sabe que tiene que andar fino y ayudar a que la gran nave, fresca y en penumbra, donde los trabajadores de la cooperativa apilan las cajas del cosechero, crianza y reserva, esté lo más vacía posible.

Aunque es el más nuevo en la oficina, además de él está Paco, Silvia y Esperanza como vendedores y Maribí y Nicolás para atender los pedidos, la correspondencia y demás flecos burocráticos. Todos le han acogido bien desde el principio y tratan de formar equipo en lugar de echarse zancadillas y meterse el dedo en el ojo el uno al otro, que es lo más normal en cualquier actividad, pero mira tú por donde, ellos son la excepción que confirma esa dichosa regla.

Manolo lleva así una vida dedicada al trabajo durante la semana, llega temprano por las mañanas al bar Fortuny y mientras toma un café con leche en taza grande y una de churros, que es en el único momento del día en que no están gomosos como la madre que los parió, van apareciendo sus compañeros que alternan el carajillo de coñac con el café solo o la tostada completa. Esperanza se duerme literalmente encima del café y Silvia le hace ojitos. No sabe muy bien a qué atenerse con Silvia, el caso es que está muy buena y ella da la sensación de querer algo de marcha con él, pero Manolo no está por la labor, siempre recuerda el dicho de su padre: "no mezcles el trabajo con el placer". Y él, todo hay que decirlo, respeta a su padre al que quiere y escucha al modo de los antiguos.

Luego transcurre la mañana en un pis-pás, pedidos, ofertas, catas, visitas a las bodegas, socios de la revista Los Caldos de la Cepa y búsqueda de nuevos clientes en los mercados internacionales, que es su especialidad, más que nada porque es el que está más puesto en inglés. Y ya se sabe, hoy sin inglés ni a barrer.

Al mediodía se dividen para comer o bien en el Fortuny o en cualquier otro bar o restaurante con plato del día, luego vuelta a la oficina en la que hay un acuerdo tácito de reposar el condumio al menos durante unos treinta o cuarenta minutos, eso siempre que no esté don Tomás que es el delegado de la cooperativa y por tanto representante con poderes de decisión en todos los órdenes. Don Tomás, sin embargo, aparece poco por su despacho, él lleva la cartera principal de pedidos y se desenvuelve como pez en el agua entre amigos hosteleros, políticos, financieros y empresarios en general con los que siempre tiene alguna cita para comer. Su vuelta suele ser a media tarde cuando ya todos están listos para irse y desfilan por su despacho dándole el "hasta mañana" obligado al que responde paternalmente desde su gran sillón de cuero reclinable.

—¡Hasta mañana don Tomás!

—Hasta mañana Silvia, adiós Paco, Manolo ¿cómo va el pedido con Venezuela?

—Pues parece que se confirma, don Tomás, pero el mercado está difícil…

—¡No hay que desfallecer, usted insista y agárreles pero sin mostrar ansiedad.

—Buen consejo don Tomás, así lo haré.

—Hasta mañana Manolo.

—Hasta mañana don Tomás.

Ya en la calle Maribí, Nicolás y Paco se van en diferentes direcciones, Silvia cogida del brazo de Esperanza le propone a Manolo:

—¿Te vienes con nosotras a tomar una copita?

—¿Creo que no, me voy a ir dando un paseo…

—¡Anda hombre, no seas muermo!

—No, no, me voy, hasta mañana.

—¡Bueno hijo! pues hasta mañana.

Manolo comienza a andar por la acera hacia la plaza de Colón, una tarde agradable de primavera tardía y aunque hace un poco de fresco algunos ya van en camisa. Madrid huele a esa mezcla de café, olor a bar, a buen tiempo en el aire y a contaminación del atroz tráfico que no se mueve un milímetro a lo largo de la Castellana. Pero es una sensación agradable que hace que Manolo se sienta jovial y optimista.

Piensa que en realidad vive bastante bien, tiene buenos amigos con los que se reúne para ir al fútbol, bufanda común con el escudo de los suyos o, si están pillados de viruta, se van al bar que tiene tele mastodóntica y unas birritas pasando de mano en mano, oé, oé, oé, oeeé… Conserva sus aficiones de niño, las que siempre le han hecho ilusión: el fútbol, las motos, el windsurfing que le da la posibilidad de sentirse libre, de hacer lo que le venga en gana ¡ Qué bonita es la vida ! Lo único que le falla son las chicas, pero es que la cosa no es tan fácil, su padre dice que ahora salir con chicas está chupado, que ya quisiera él haber vivido en éstos tiempos, pero qué sabrá él, las chicas son muy mandonas y tienen un peligro...

Además, piensa Manolo, tengo la Playstation que ahora son un pasote, y no es cosa de críos como piensa mi padre, conozco a muchos que están pirados por ellas y pasan de los cuarenta.

A la altura de Colón entra en un bar bastante concurrido, encuentra un hueco en la barra.

—¿Qué va a ser?

—Una caña y un bocadillo de calamares.

1 comentario:

  1. Bueno, parece que este es el comienzo de una empresa con ilusión.

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